Imagen: General Keith Alexander
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El año pasado, Robert Gates –secretario de Defensa inexplicablemente heredado de George W.Bush por Barack Obama- declaraba que “el ciberespacio será el quinto dominio de juegos militares, junto con tierra, mar, aire y exoespacio”. Fiel a sus hábitos burocráticos, “requerirá un comando enteramente nuevo”, agregaba.
Esto es realidad desde hace dos semanas y marca (suponen en Washington) un nuevo capítulo tanto en la historia militar y la propia worldwide web, vale decir un espacio que desborda el norteamericano y abarca el universo. Tanto que, cuando la nomenclatura de la red deje de ser sólo inglesa, tal vez se hable de una “trama mundial”.
Durante la audiencia de confirmación senatorial, Alexander dio la alarma: los sistemas computados del Pentágono están expuestos a ataques e intromisiones 250.000 veces por día. Entre sus causantes hay más de 140 organizaciones de espionaje tratando de infiltrar las redes estadounidenses.
El general remató la exposición con una profecía tremendista: “estamos a un corto paso entre la simple fractura o destruir fragmentos de la propia Web”. En apenas tres decenios, Internet ha pasado de un coto reservado a genios domésticos y universitarios a operar como una vasta maquinaria intangible que influye y regula interacciones globales en materia de comercio, política, economía, redes sociales y, ahora, actividad militar.
Los neurocientíficos sostienen que la Web está alterando el desarrollo del cerebro ya desde la infancia y la adolescencia. Sociólogos, antropólogos y grupos de derechos civiles advierten que la privacidad se deteriora por obra de la Red y sus mecanismos mediadores. Probablemente haya llegado la hora de sincerar la incursión del gobierno y sus militares, deseosos de controlar tecnologías demasiado complejas para el común de la gente.
Si los estados empiezan a monitorear Internet oficialmente ¿cómo serán afectados los usuarios habituales? Obama aclaró varias veces que perseguir la ciberseguridad “no implicará intervenir redes privadas ni el tráfico por Internet” Pero su gobierno acaba de poner un general a cargo del ciberespacio. Además, todos saben que hackers, militares y otros vienen invadiendo espacios privados, como asimismo sucede con los medios audiovisuales, celulares incluidos.
No todos comparten el optimismo de la Casa Blanca. Richard Clarke, asesor de cuatro presidentes y autor de Cyber wars, aprueba los planes del Pentágono para actualizar defensas en el ciberespacio. Pero USCybercom los inquieta. “Hemos creado otro comando y el Pentágono tiene ahora seis –subraya- para una nueva forma de guerra tecnológica. Sin debates públicos, análisis expertos, supervisión parlamentaria ni diálogo internacional”.
Por cierto, muy poca gente entiende de ciberseguridad. “Tecnológicamente compleja, el entorno donde funciona cambia a velocidad del rayo. Por ende, los gobiernos tienden a autoconferirse nuevas facultades interventoras sobre redes computadas sin que casi nadie, ellos incluidos, capten plenamente los alcances de sus acciones”.
El establecimiento del USCybercom es apenas un elemento en una asombrosa, casi obsesiva expansión de la seguridad. Por ejemplo, involucra otra obsesión del Pentágono: la capacidad del departamento de Seguridad Interior para encarar amenazas a las redes locales. Estas iniciativas llevarán a un aparato de control y seguimiento de actividad interna, originado en el temor –nunca cristalizado- a atentados de al Qa’eda y similares.
Bien visto, hoy el problema es una ultraderecha racista o anti gobierno federal (Tea party y émulos), apoyada por medios como Fox News o CBN.
Algunos especialistas sostienen que los paquidérmicos sistemas de seguridad involucrados en el esquema militar sencillamente no funcionarán. “En verdad –opina Clark-, la burocracia castrense y sus empresas proveedoras sólo promueven el malgasto para llenarse los bolsillos”.
Quienes abogan por los derechos civiles temen que “el flamante comando de Alexander pueda eludir las leyes de privacidad y, en aras de algún Osama bin Laden fantasma, espiar correos electrónicos, redes sociales o mensajes de texto. Pese a las promesas presidenciales de no fomentar situaciones orwellianas o huxleyanas. Al respecto, ha surgido una señal preocupante: el testimonio escrito completo del general ante el Senado acaba de ser clasificado como secreto. Nadie fuera del Pentágono o la Casa Blanca conoce detalles de la ciberestrategia militar en juego.
Estados Unidos no es el único que trata de infiltrarse en la Web. Por el contrario, docenas de países intentan (o han logrado) ejercer autoridad sobre las comunicaciones de individuos, organismos no gubernamentales y empresas privadas. En ciertos casos, sin escrúpulos.
De ese modo, un grupo de jeques autócratas, la Unión de Emiratos Árabes, venía disputando desde hace abril con Research in Motion, fabricante canadiense del BlackBerry. Abú Dhabí –su miembro mayor- le exigía a RiM levantar la encriptación de e-mails en BB o instalar un servidor local, a fin de que las autoridades puedan vigilar mensajes en ambas direcciones.
El emirato amenazaba con impedir toda comunicación vía Blackerry desde o hacia la UEA y estados aliados en el golfo Pérsico. La empresa no retrocedía, pese a haber aflojado ante Saudiarabia, China a India. Inesperadamente, el 8 de octubre, la UEA informó haber levantado la amenaza, pues RiM había acatado el marco regulador local.
¿Qué ocurría? Algunos expertos en seguridad creen que, en realidad, las preocupaciones de los jeques van más lejos de los mensajes vía BlackBerry. Según un ex consultor del FBI en la materia, Anthony Yushtein, “más relevante es otro aspecto: los datos de la UEA no están a resguardo en Canadá porque EE.UU. pueden acceder a ellos.
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