En fecha reciente apareció una versión del texto destinada a los jóvenes. Próximamente el Sr. Mortenson será galardonado con la condecoración civil Estrella de Pakistán, en honor a la contribución que ha realizado a este país. El Sr. Mortenson habló con EduInfo en la reunión del Grupo de Alto Nivel de Educación para Todos, que tuvo lugar en Oslo, Noruega, en diciembre de 2008.
En 1993 Ud. se lanzó a escalar el K2, la segunda montaña más alta del mundo. Pero en vez de alcanzar la cima, terminó construyendo una escuela.
Cuando en 1992 mi hermana menor, Christa, murió de un ataque de epilepsia aguda, decidí que escalaría el K2 de la cadena del Karakoram, en Pakistán, en homenaje a su memoria. Cuando estaba cerca de la cima, me extravié. Anduve 80 kilómetros y llegué al poblado de Korphe, donde me acogió el jefe de la aldea, Haji Ali. El pueblo carecía de escuela. El jefe me llevó a un descampado, donde había 82 niños estudiando sin maestro, sentados sobre la tierra helada. El maestro costaba el equivalente de un dólar al día.
La aldea no podía pagar esa suma, de manera compartían los servicios de un maestro con otro poblado próximo. El resto del tiempo, los niños tenían que estudiar por su cuenta. Les prometí a los niños que construiríamos una escuela. Desde entonces, trabajo en la región, comprendidos los ocho años que pasé en Afganistán.
¿Una vez formulada la promesa, cómo se las arregló para empezar a cumplirla?
Yo no tenía ni idea de cómo recaudar fondos. Regresé a casa y escribí 580 cartas, vendí el automóvil y los equipos de alpinismo, y logré reunir 2.500 dólares. Mi madre era maestra de primaria. Uno de sus alumnos dijo que recaudaría algún dinero y con la ayuda de sus condiscípulos reunió 62.000 céntimos, unos 620 dólares de la época. En 1995 ya teníamos todos los materiales para construir la escuela. El imán principal de la región, que por su rango está exento de cualquier tarea manual, ayudó a cargar las vigas de madera hasta el poblado, para destacar la importancia de promover la educación. En seis semanas terminamos de construir la escuela.
Desde entonces, Ud. ha construido más de 50 escuelas en los Territorios del Norte. ¿Cómo se las arregla para crearlas?
La gente que padece la pobreza conoce las mejores soluciones y sabe cómo aplicarlas por sí mismos. De niño, yo viví en Tanzania. Mis padres eran maestros. Mi padre abrió un centro sanitario e insistió en que la gente del pueblo debía ocuparse de mantenerlo, y así ocurrió. Actualmente recibimos decenas de peticiones para construir escuelas, y somos muy exigentes con las comunidades locales. El dinero que les damos ha de tener una contrapartida en cuanto a la participación comunitaria. En todos los casos, la comunidad tiene que donar el terreno, algunos materiales de construcción, como la madera, y aportar la mano de obra. Eso les da un sentido de propiedad. Uno nunca debe hacer un trato sin reciprocidad. Es necesario que las responsabilidades estén bien definidas y que haya transparencia. Las escuelas que construimos cuestan 20.000 dólares y las comunidades pueden justificar en qué se ha gastado hasta el último céntimo. Es interesante que las escuelas que han sido bombardeadas por los talibanes en Afganistán fueron, en su mayoría, construidas por contratistas extranjeros. Son objetivos más interesantes para los atacantes, en comparación con las escuelas construidas gracias al esfuerzo de las comunidades.
Ud. cuenta su vida en un libro titulado “Tres tazas de té”, del que se han vendido más de dos millones de ejemplares. ¿Qué historia encierra ese título?
Haji Ali, el jefe del poblado de Korphe, me dijo un día que si quería salir adelante en Baltistán, tenía que respetar las costumbres locales. “La primera vez que bebes té con un balti, eres un forastero. La segunda vez que tomas el té con él, eres un huésped de honor. Y la tercera vez que compartes una taza de té con alguien, ya eres miembro de la familia, y por la familia estamos dispuestos a lo que sea, incluso a morir”. Haji Ali me enseñó a compartir tres tazas de té, a tomar las cosas con calma y a darle tanta importancia a las relaciones humanas como a los proyectos de construcción.
Cuando terminé de escribir el libro, los editores insistieron en que debía cambiar el subtítulo y poner “la misión de un hombre que lucha contra el terrorismo”, en vez de “la misión de un hombre que promueve la paz”, que era el que yo había escogido. Los jefes máximos no estaban de acuerdo y decían que tan sólo uno de cada ocho libros de ensayo o testimonio logra generar dividendos. Pero en Pakistán y Afganistán uno nunca cierra un trato sin antes haber regateado, de manera que negocié para cambiar el subtítulo en la edición de libros de bolsillo. Así lo hicimos, y el libro ha estado 96 semanas en la lista de éxitos de venta del New York Times. La promoción de la paz se fundamenta en la esperanza. El verdadero enemigo es la ignorancia, que alimenta al odio.
Ud. insiste en la importancia de educar a las niñas. ¿No tropieza con obstáculos para aplicar esa idea?
Uno tiene que persistir y establecer relaciones personales. En un poblado conservador del noroeste de Pakistán, nos llevó ocho años convencer a un mullah para que le diera permiso a una niña que quería asistir a la escuela. Actualmente, en ese mismo pueblo hay 250 niñas matriculadas en el centro escolar. En una ocasión dictaron una fatwa que me condenaba por dedicarme a educar a las niñas. La sentencia fue anulada por el Consejo Supremo de los Mullahs, que dictaminó que, según el Korán, “todos los niños deben recibir educación, comprendidas nuestras hijas y hermanas”. El dictamen estipulaba también que “ninguna ley prohíbe que un infiel les brinde ayuda a nuestros hermanos y hermanas musulmanes”.
Ud. ha logrado que un gran número de niñas se matriculen en sus escuelas.
Uno tiene que escuchar a la gente. Cuando les pregunto a las mujeres qué desean, la mayoría responde: “queremos que nuestros bebés no mueran y que nuestros niños vayan a la escuela”. En esas regiones remotas, uno de cada tres niños muere antes de cumplir el primer año de vida. Por vez primera, las mujeres de los Territorios del Norte reciben educación y ya empezamos a ver los resultados iniciales de esta labor. Cuando las niñas regresan del mercado, las madres les piden que les lean los periódicos que sirven de envoltorio a las legumbres que han comprado. Por primera vez empiezan a enterarse de lo que ocurre en el resto del mundo. Eso representa un cambio de gran alcance.
Hemos contribuido a que varias mujeres jóvenes reciban, como actividad extraescolar, una formación sanitaria en asuntos de maternidad. Por ejemplo, desde que en el valle de Charpusan trabaja una de esas asistentas de maternidad, contratada por un dólar al día, ninguna mujer ha muerto de parto. Cientos de niñas se han graduado de magisterio. Algunas realizan estudios de medicina. Una sociedad no puede cambiar si las niñas no se educan. Cuando las niñas reciben instrucción, mejora la calidad de la salud y la vida, se reduce la mortalidad infantil y se modera el crecimiento demográfico. El 40% de las mujeres adultas de Pakistán son analfabetas, y se espera que la población del país se duplique en los próximos 27 años.
¿Quiénes son los maestros y cómo les proporcionan la formación necesaria?
Dos veces al año, durante tres o cuatro semanas, llevamos a cabo un programa de formación de docentes que dota a los maestros de las competencias necesarias para aprovechar los conocimientos tradicionales en su labor de educar a los niños, en vez de impartir una enseñanza rutinaria y memorística. Hace quince años, no había ningún maestro competente en las zonas donde ahora trabajamos. Teníamos que echar mano de estudiantes que hubieran cursado cinco o más años de enseñanza básica. Ahora, la mayoría de los alumnos de los cursos de formación docente ha terminado el décimo grado. Los muchachos jóvenes nos ayudan a educar a los más pequeños. Los planes de estudio comprenden asignaturas de higiene y nutrición, e invitamos a las personas mayores a que acudan a las aulas para que les expliquen a los alumnos aspectos de la cultura local. Los niños aprenden a leer y escribir en árabe. Esta es una tarea en la que también hemos encontrado dificultades. En muchas madrazas, los estudiantes aprenden a leer de manera mecánica, sin comprender el significado de la lectura.
Ud. ha trabajado también en Afganistán los últimos ocho años.
Gracias a las negociaciones sostenidas con los jefes de tribus, hemos podido construir 14 escuelas en Afganistán. En ese país la gente siente gran avidez por educarse, incluso en las zonas dominadas por los talibanes. El lado positivo del asunto es que 6,5 millones de niños de edades comprendidas entre los 5 y los 15 años están asistiendo a la escuela; en ese grupo hay dos millones de niñas, mientras que en el año 2000 apenas había 800.000. Hemos contratado a algunos ex talibanes que ahora enseñan en nuestras escuelas –al final son nuestros mejores promotores en materia de educación. La labor allí es muy ardua. Los talibanes han bombardeado o cerrado unas 540 escuelas, el 90% de las cuales eran centros para niñas. Hay poca transparencia en el uso de la ayuda financiera que se destina a Afganistán.
¿Ha visto Ud. síntomas de que la enseñanza se esté radicalizando?
El terremoto de 2005 destruyó miles de escuelas en Pakistán. Hasta ahora, sólo la cuarta parte de ellas ha sido reconstruida. Un año después del terremoto, la ayuda se había reducido en un 70%. En algunos casos, se han creado madrazas extremistas dentro de los campamentos de refugiados. La gente acude a ellas porque tiene hambre y necesita alojamiento, medicamentos y apoyo. Hay mucho tiempo muerto en los campamentos de refugiados. La educación es la única actividad que los niños tienen y absorben el conocimiento como las esponjas el agua. En ese sentido, las organizaciones internacionales tienen una función que cumplir.
¿Qué opina Ud. de la situación de inestabilidad que existe en la zonas donde trabaja?
Hay un refrán persa que dice: “Cuando está oscuro, se pueden ver las estrellas”. Tenemos tendencia a considerar la pobreza en términos monetarios. Pero deberíamos considerarla como falta de instrucción, de capacidad para tomar decisiones. La educación es un factor en la tarea de construir la paz. Actualmente gastamos 20.000 millones de dólares en las fuerzas armadas, 1.000 millones en la lucha contra el narcotráfico y sólo 80 millones en la enseñanza. Con el dinero que cuesta construir un misil Tomahawk –alrededor de un millón de dólares- podrían levantar 30 escuelas comunitarias. Un legado de paz comienza con la educación. Y si las niñas no reciben instrucción, el mundo no podrá cambiar.
Nota: Para conocer más sobre Greg Mortenson, su libro "Three Cups of Tea" puede ser adquirido (directo de Amazon) en la SHM e-Store
Es un libro que debería ser de lectura obligatoria en todo el mundo.Es un canto a la diversidad y la convivencia basada en el respeto al OTRO
ResponderEliminarCoincido contigo. Es un libro que inspira a la gente a dar lo mejor de sí mismos sin esperar nada a cambio... Gracias!
ResponderEliminarLo leí y descubrí que hay esperanza en este mundo materialista. La fe mueve montañas. Lloras y te alegras de que exista gente como el en el mundo que se preocupe por los demás...
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