viernes, 21 de septiembre de 2012

Una dinastía de Silicon Valley se adapta a las start-ups rápidas y baratas

 
Fuente: Draper Jr: Draper Richards; Tim Draper: DFJ; Draper III and Adam Draper: Jessica Leber | Technology Review

Adam Draper forma parte de la familia más importante en el mundo del capital riesgo. ¿Será capaz de encontrar su lugar en el cambiante panorama de la financiación en Silicon Valley?

Si existe sangre azul en Silicon Valley, corre por las venas de Adam Draper. Como miembro de la cuarta generación de la dinastía más importante del capital riesgo, tiene un currículo que incluye haber sido amparado por inversores de leyenda, como William Henry Draper III, su abuelo.
Adam tiene ahora 26 años, ha dejado la universidad en el último año y forma parte de una nueva generación de emprendedores para quienes todo va un poco más rápido y es un poco menos rígido. Eso explica por qué cuando estaba a punto de darle a 'enviar' a una historia sobre su último emprendimiento -un reto fascinante para la industria del capital riesgo que su familia ayudó a construir- dio un giro de 180 grados.
Ya no iba a montar ese negocio. Iba a hacer otra cosa.
“Lo siento”, me escribía en su correo electrónico. “Esto se ha movido rápido”.
Cuando me reuní por primera vez con Draper hace un mes en la cafetería Red Rock Coffee de Mountain View (Estados Unidos), era para hablar sobre BoostFunder, la plataforma en línea que había cofundado este año para casar start-ups con inversores. Partía de la idea de que las start-ups Web y de móviles ya son tan baratas de lanzar que no necesitan la ayuda del capital riesgo, por lo menos no al principio. Su sitio web, que sería una especie de directorio en línea, permitiría a los inversores con dinero estudiar una lista de jóvenes empresas.
Las historia resultaba atractiva, tanto por sus edípicas dimensiones familiares, como por las lecciones que encerraba sobre la industria del capital riesgo. Draper me dijo: “Me encantaría que se me conociera por democratizar la financiación de start-ups, haciendo que sea tan barato empezar una empresa que cualquiera pueda hacerlo. En cierto sentido, si funciona, se carga el modelo creado por mi abuelo y mi padre, pero creo que es algo bueno para el futuro del emprendimiento”.
A lo largo de la pasada década, los beneficios obtenidos por los inversores de capital riesgo han sido bastante bajos y parece que los emprendedores cada vez necesitan menos capital riesgo. Hay quien habla abiertamente de la muerte de la industria. BoostFunder iba a unirse a otros sitios como AnfelList (ver “Business Impact: Cambios dentro del sector del capital riesgo”) para hacer que las empresas de capital riesgo desaparecieran de la ecuación, por lo menos en las primeras fases de inversión, cuando las necesidades de financiación son menores. La start-up de Adam parecía el ejemplo perfecto. Había invertido menos de 50.000 dólares (unos 38.000 euros) en ella.
La familia Draper ha convertido en tradición el ir por delante de las tendencias de la industria. El bisabuelo de Adam fundó la primera empresa de capital riesgo de la costa oeste de Estados Unidos en 1959, cuando las inversiones en tecnología se seguían considerando 'casos especiales'. Su abuelo, Bill Draper, hizo su fortuna siendo de los primeros en invertir en telefonía en Internet y desfibriladores cardiacos. Su padre, Tom, es el fundador de Fisher Jurvetson, una empresa de capital riesgo entre cuyas hazañas se incluye establecer una red de inversión en China, India y Brasil cuando la mayoría de las empresas de capital riesgo aún hacían caso omiso de los mercados emergentes.
Los Draper más mayores no son ajenos a la transformación de su industria. Ahora hay más competencia para conseguir acuerdos, especialmente de primeras fases. Cada vez es más difícil multiplicar por mil tus inversiones, como consiguió Bill Draper cuando se puso a hacer un seguimiento a unos programadores estonios a los que presentó un cheque (la empresa era Skype). Ahora Draper Fisher Jurvetson se esfuerza por destacar en un panorama abarrotado. Hace poco la empresa contrató a su primer director demarketing y subió a bordo a un socio a tiempo completo cuyo trabajo es ayudar a las empresas de carteras de inversión a reclutar empleados, según me contó Josh Stein.
Esto no quiere decir que no hubiera algunas dudas respecto a BoostFunder. Se podía ver, al analizar las ciento y pico empresas que había en el sitio, que estas start-ups eran una mezcla de proyectos divertidos y ligeros con una pizca de innovación seria. Una de las empresas que buscaban la atención de los inversores era Dareme.to, una especie de Kickstarter para 'retos', cuya aplicación para teléfono móvil permitiría a la gente reunir dinero para animar a sus amigos a hacer locuras.
Cuando le pregunté a Bill Draper -que a sus 83 años es el decano de los Draper y sigue siendo socio de su empresa Draper Richards- qué le parecía el sitio de su nieto, dio un rodeo por respuesta. “Es muy bueno. Bueno, la verdad es que aún no puedo decir que sea muy bueno. Pero es muy prometedor”.
Además estaba el asunto de cómo conseguiría ingresos BoostFunder. El servicio era completamente gratuito. Me di cuenta un poco tarde de que esto podía suponer un problema. Fue al preguntarle a Adam por su modelo de negocio cuando me enteré del cambio.
Draper afirmaba que BoostFunder no iba a funcionar porque para ganar dinero con las transacciones necesitaría una licencia financiera, una pesadilla legal a la que no se quería enfrentar y que implicaría “hacer sacrificios respecto al producto”. Pero había tenido una nueva idea y había ido al despacho de su padre en Draper Fisher Jurvetson a finales de agosto para hablar sobre ella. “Llamé a mi padre. Él dijo: 'Me encanta, vamos a quedar'. Y lo estuvimos hablando”, afirma Draper. Lo decidieron allí mismo y después llamó a su abuelo para venderle la idea. Y no hubo más que hablar. A partir de entonces BoostFunder sería una incubadora de start-ups.
“Me di cuenta de que mi verdadero valor es la capacidad para ayudar a las start-ups a arrancar, y me encanta ese aspecto del negocio. En pocas palabras, empezaré una incubadora usando BoostFunder como nombre y aprovechando el tirón de las tres generaciones de Draper que han ayudado a crear empresas”, me explicó Draper en un correo electrónico.
El nuevo modelo se parece mucho a la exitosa incubadora Y-Combinator (ver “Business impact: El hombre que susurraba a las start-ups”). El negocio de Draper piensa comprar acciones de unas 10 o 15 empresas jóvenes a cambio de proporcionarles conocimiento, conexiones y de 10.000 a 20.000 dólares de financiación (unos 7.600 a 15.000 euros), dinero que saldrá de los “amigos y familia” de Draper. Quiere que la incubadora se convierta en el siguiente paso lógico para las start-ups que salen de los programas de emprendimiento de las universidades, una especie de conexión entre los miembros de su generación y los inversores de capital riesgo, lo que él denomina “un puente hacia Silicon Valley”. (El propio Draper se encuentra en una encrucijada parecida, acaba de terminar su última clase en la universidad de California, Los Ángeles, y está a punto de conseguir su título).
Draper acababa de demostrarme por qué los inversores de capital riesgo –aunque sean tus parientes- siguen teniendo un papel que jugar. No es fácil echarse atrás o dar un giro de 180 grados sin tener quien te aconseje. Existen numerosas pruebas de que a las empresas que tienen inversores con un nombre conocido, como Tim Draper, les va mejor. Ahora entiendo por qué. Adam Draper afirma que su “sueño es extender el emprendimiento”. Incluso en un mundo de start-ups rápidas y baratas, eso se sigue haciendo a la antigua: con dinero y contactos.
Copyright Technology Review 2012.

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