miércoles, 12 de septiembre de 2012

Ideas incubadas en EE.UU. que se escapan a otros países

En 2009, el emprendedor argentino Pablo Ambram pasó tres meses en una prestigiosa incubadora de empresas en San Diego, Estados Unidos, desarrollando su compañía, AgentPiggy, que usa tecnología para enseñar a los niños a manejar sus finanzas. El Founders' Institute ayudó a Ambram a desarrollar su empresa y le presentó contactos prometedores. El argentino ensambló una junta directiva que incluía un ex ejecutivo de Oracle.
Pero al final, Ambram no incorporó su compañía en EE.UU. ¿Por qué? Porque el país no le permitió quedarse. "Me reuní con unos abogados y me dijeron que tratar de patrocinarme como presidente ejecutivo de una compañía sería muy costoso, llevaría meses y que no había garantía de que funcionara".
AgentPiggy
AgentPiggy, la empresa creada por Pablo Ambram.
La ruta más obvia para obtener la residencia habría sido a través de un empleo en una compañía con sede en EE.UU., pero Ambram quería crear una empresa. Cuando su visa de seis meses expiró, se fue para Chile, donde ha recaudado más de US$300.000 y ha contratado cuatro empleados. "Fue frustrante", cuenta, "porque quería y aún quiero estar basado en EE.UU. El mercado allá no tiene paralelo".
A diferencia de Chile, Gran Bretaña, Singapur, Nueva Zelanda y otros países, EE.UU. no tiene una categoría de visa para inmigrantes que aspiran a fundar compañías y crear empleos. Esto significa que estamos cerrándoles la puerta a potenciales generadores de empleo como Ambram. Esta desafortunada situación ha captado la atención del Congreso, donde un grupo de legisladores está proponiendo que se les permita a los inmigrantes que recauden dinero de inversionistas estadounidenses quedarse en el país y crear compañías.
Pero hasta ahora no se ha aprobado ninguna legislación. Si el Congreso estadounidense toma cartas en el asunto, sería prudente que los legisladores estipulen que las decisiones de otorgar visas tengan en cuenta las recomendaciones del actual ecosistema de empresas nuevas —capitalistas de riesgo e incubadoras empresariales— en lugar de darle la tarea únicamente a los adjudicadores de la agencia de inmigración, que estarían menos capacitados para identificar quién merece la residencia.
La primera incubadora de empresas de EE.UU. surgió en Batavia, en el estado de Nueva York, en 1959, pero los programas más influyentes tienen menos de una década. Lugares como YCombinator en Mountain View, California, y TechStars en Boulder, Colorado, han ayudado a cientos de empresas de tecnología. De acuerdo con la Asociación Nacional de Incubación de Empresas (NBIA, por sus siglas en inglés), al 2006 había 1.115 organizaciones de este tipo en EE.UU.
Los programas de primera categoría, que algunas veces son llamados aceleradores, ofrecen generalmente espacio de oficina por tres o cuatro meses, proveen capital y, más importante, conectan a los emprendedores con capitalistas de riesgo y mentores. La participación puede aumentar sustancialmente las probabilidades de éxito de un joven empresario. De acuerdo con la revista Inc., de las 126 empresas que han pasado por el programa entero de TechStars, sólo 8% ha fracasado, una fracción de la tasa de bancarrotas para la mayoría de las nuevas empresas tecnológicas.
Relativamente pocos de estos graduados son extranjeros, en parte, según el cofundador de TechStars David Cohen, porque los aspirantes no estadounidenses cuya aceptación es incierta a menudo son rechazados porque las incubadoras saben que tienen pocas probabilidades de permanecer en EE.UU. Aquellos que llegan a participar en los programas vienen con una visa de turismo, ya que la mayoría de los programas de incubación duran apenas unos meses.
Permanecer en EE.UU. puede ser casi imposible. Cohen dice que ha visto graduados que han recaudado cientos de miles de dólares en EE.UU. pero por falta de visa tienen que salir del país y manejar su negocio de forma remota. Esto limita su productividad y significa que las vacantes que hubieran ido a trabajadores estadounidenses fueron llenadas en otras partes.
Otros países usan las incubadoras para seleccionar inmigrantes emprendedores talentosos. En el Reino Unido, los extranjeros que participan en incubadoras de empresas reciben visas de uno a dos años para desarrollar sus negocios. El gobierno chileno ha creado una incubadora en Santiago, llamada StartUp Chile. Suministra espacio de oficina, visas y US$40.000 a emprendedores dispuestos a trasladarse a la ciudad por un mínimo de seis meses. Aquellos que deciden quedarse por más tiempo pueden extender su residencia. StartUp Chile atrajo a Ambram, el empresario argentino.
Las estrellas de la comunidad tecnológica han optado por soluciones novedosas al dilema del visado. El fundador de PayPal, Peter Thiel, está respaldando el lanzamiento de un crucero que se ubicaría a unos 20 kilómetros al frente de la costa de San Francisco y que estaría ocupado por empresarios extranjeros ansiosos por desarrollar ideas de negocios en el mercado estadounidense. Residir costa afuera les permitiría eludir los problemas de visa.
Paul Graham, fundador de YCombinator, defiende la creación de 10.000 visas para fundadores, que pasarían por un proceso de acreditación desarrollado por un grupo no especificado, presumiblemente de la comunidad de capitalistas de riesgo.
Las propuestas de visas para emprendedores aún no aprovechan las incubadoras de empresas de élite como forma de identificar solicitantes que valgan la pena. El proyecto de ley de Visa StartUp, presentado por el demócrata John Kerry y el republicano Richard Lugar, y el Acta de StartUp Visa 2.0, respaldado por un grupo bipartidista de senadores, entre ellos Marco Rubio, requieren que los extranjeros recauden como mínimo US$100.000 para una visa de dos años para crear una empresa. Esto dejaría por fuera a muchos participantes en incubadoras debido al eterno dilema del huevo y la gallina. Los inversionistas podrían ser reacios a aportar fondos si no están seguros de que el emprendedor cumplirá con los requisitos para poder permanecer en EE.UU.
Ganar aceptación a las incubadoras empresariales más selectivas debería ser un factor a favor en la solicitud de un inmigrante. El proyecto de StartUp Visa 2.0 ofrece un bosquejo de cómo se podría hacer esto: propone que un graduado con un título de ciencias, tecnología, ingeniería o matemáticas de una universidad estadounidense que recaude como mínimo US$20.000 pueda obtener una visa temporal.
Si la empresa del inmigrante ha generado tres empleos y recaudado al menos US$100.000 en el lapso de dos años, el fundador puede solicitar la residencia permanente, conocida como green card. Básicamente, el proyecto de ley usa el filtro de un título avanzado para identificar extranjeros lo suficientemente prometedores como para merecer más margen de flexibilidad para crear una empresa en EE.UU.
Extender una oportunidad similar a aquellos que participan en las mejores incubadoras sería una propuesta de bajo riesgo. Les daría la oportunidad de satisfacer la fe que los inversionistas han depositado en ellos. Y eso ayudaría a asegurar que menos personas como Pablo Ambram se vayan.
Alexandra Starr es autora de un nuevo informe sobre el emprendimiento de inmigrantes latinos para el Council on Foreign Relations y es académica Emerson en la New America Foundation.

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