viernes, 12 de noviembre de 2010

El profesor que impulsa la productividad en China

Imagen: Gavriel Salvendy
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La historia de la revolución en la productividad china arranca con el insólito relato de la vida de Gavriel Salvendy, un estadounidense de origen húngaro-israelí que no terminó el bachillerato. Como creció en una familia judía, durante la ocupación nazi tuvo que esconderse en una pila de heno para salvarse de la deportación. Luego de que su familia abandonara Europa, se convirtió en un campeón israelí de levantamiento de pesas. Ahora con 72 años, 120 kilos de peso y 1,82 metros de altura, todavía es imponente.

Durante los últimos 9 años, Salvendy ha dirigido el departamento de ingeniería industrial de la universidad de Tsinghua en Beijing. Allí juega un papel incongruente, un rebelde en una sociedad jerárquica y generalmente conformista. Con todo, él y su equipo han ayudado a impulsar la productividad de algunas fábricas chinas en hasta 20% al año.

El camino que recorrió Salvendy desde sus días como levantador de pesas a la academia está repleto de giros sorprendentes. En su juventud, aceptó un empleo en una fábrica de Londres y descubrió un talento natural para reorganizar sistemas de producción. Un profesor británico de ingeniería escuchó hablar de este genio sin educación formal y lo inscribió en la Universidad de Birmingham. Ahí, Salvendy se graduó con una maestría y un doctorado. En 1968 recibió una oferta para trabajar en EE.UU.

Para 2001, Salvendy era una eminencia de la ingeniería industrial, conocido por más de 200 publicaciones en revistas especializadas. A sus 60 años, el profesor parecía establecido. Pero entonces le llegó una oferta de Tsinghua y no se pudo resistir.

Tsinghua es la universidad científica más importante de China. Hace una década, decidió expandir su veintena de departamentos con un nuevo centro de ingeniería industrial, la disciplina que estudia cómo combinar efectivamente máquinas y trabajadores. Las fábricas chinas se limitaban a producir.

Tsinghua le pidió a Salvendy que encabezara el nuevo departamento, una invitación que supuso una pequeña revolución por sí misma. Hasta ahora, ningún extranjero había liderado un departamento de Tsinghua.

Salvendy aceptó y así fue cómo arrancó la revolución. Los docentes chinos estaban acostumbrados a la jerarquía, pero Salvendy insistió en la informalidad. Quería que los profesores publicaran artículos en las mejores revistas especializadas estadounidenses así que comenzaron a escribir y enseñar en inglés. Rápidamente construyó un departamento de 25 profesores, la mayoría de ellos con doctorados de Estados Unidos.

Las autoridades del país estaban ansiosas por alentar a su cuerpo estudiantil excesivamente conformista a que fuera más imaginativo. Parecía que los métodos de enseñanza de Salvendy, basados en la discusión, estaban diseñados para el pensamiento lateral. El Ministerio de Educación le dijo que si Tsinghua llegaba a mostrar resultados, su enfoque sería adoptado por otras universidades.

En 2009, un equipo de Tsinghua llegó a Hua Jian, una fábrica de zapatos en problemas en la provincia de Guangdong, centro de cientos de fábricas de bajos costos que dependían de la mano de obra barata, y se encontró un paraíso para cualquier ingeniero industrial: líneas de ensamblaje tan disfuncionales que generar sorprendentes ganancias de productividad era fácil.

En pocos meses, la delegación de Tsinghua incrementó la productividad de Hua Jian en 20%. En Occidente, avances de esa escala son casi inimaginables. Luego, los ingenieros concibieron un nuevo reto: replantearse las ideas tradicionales sobre las líneas de producción y combinarlas con las que fueron incubadas en las fábricas estadounidenses en los años 50 y 60.

Los logros de Salvendy en Tsinghua sugieren que China se acercará cada vez más a su potencial de productividad. Su departamento ha preparado a más de 1.500 gerentes chinos en sus programas de capacitación para ejecutivos y hay miles más en incubación en los más de 200 programas que han aparecido en el país imitando a Tsinghua. Tarde o temprano, los líderes mundiales tendrán que abrir los ojos a esta revolución, porque su impacto en el flujo de bienes y capital será global.

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