lunes, 30 de julio de 2012

¿Conseguirá resolver la biotecnología el problema de seguridad alimentaria en China?

Por Wharton

Cuando se habla de agricultura en China, dos estadísticas salen a relucir con frecuencia: China alberga un 22% de la población mundial y cuenta con menos del 10% de las tierras cultivables del mundo. Como el país se comprometió a ser un 95% autosuficiente en el sector agrícola, esa laguna hizo que la reforma de la agricultura pasara a ocupar el primer lugar de la agenda política china. Eso convierte a China en el territorio por excelencia del mundo para la adopción de cultivos genéticamente modificados.

En los últimos cinco años, la investigación sobre los cultivos modificados genéticamente se ha convertido en un pilar de la estrategia de reforma agrícola china. Las inversiones del Gobierno en tecnología han aumentado de forma constante, y es cada vez mayor el número de multinacionales que invierten en instalaciones propias de investigación para tratar de obtener una posición de ventaja en un mercado de potencial muy elevado. “Es importante participar de forma activa en el mercado chino”, dice Andrew McConville, jefe de asuntos corporativos de la región Asia Pacífico de Syngenta, compañía internacional de tecnología agrícola.

Pero aunque los científicos y los líderes gubernamentales defiendan esa tecnología, la adopción de cultivos genéticamente modificados orientados al cultivo comercial despierta entre la población una desconfianza cada vez mayor respecto a su seguridad personal. “Hay una preocupación muy grande entre la población”, dice McConville. “Creo que el Gobierno está buscando asegurarse de que, ante todo, los sistemas de seguridad y la regulación del sector estén en funcionamiento. Además, las autoridades quieren asegurarse también de que el consumidor forme parte de esa experiencia”.

Debido, en parte, a la preocupación del consumidor por los efectos de la tecnología, los cultivos genéticamente modificados se han extendido por el mundo de forma desigual. Han encontrado una fuerte resistencia en la Unión Europea, pero han sido recibidos con entusiasmo en EEUU. Hoy, un 80% del maíz, de la soja y del algodón cultivados en EEUU han sido genéticamente modificados. Brasil es el segundo mayor partidario de los cultivos sometidos a la ingeniería genética, ya que un 75% de la soja brasileña y un 56% del maíz son modificados genéticamente. En comparación con esas dos potencias de cultivos modificados, el grado de adopción de China es más modesto, solo se ha aprobado el cultivo comercial de dos cultivos –algodón y papaya– además de una versión de chopo para ayudar a la reforestación. En breve, sin embargo, los especialistas esperan que el país aumente el alcance de sus cultivos genéticamente modificados, a pesar de la desconfianza de la población en cuanto a la seguridad de los productos modificados que pasarán a integrar la cadena de alimentos.

El desafío

La población china debería alcanzar los 1.390 billones en 2015, y el Gobierno estima que el consumo nacional de granos llegue a 572,5 millones de toneladas en 2020. Ese escenario podría complicarse debido a condiciones climáticas imprevisibles y el aumento de la población con mayor poder adquisitivo y que ha estado consumiendo un volumen cada vez mayor de carne. El aumento del consumo de carne significa que China tendrá que aumentar aún más la producción de alimentos. Además, la inflación de los precios de los alimentos es una de las principales preocupaciones del Gobierno.

“Tenemos 1.300 millones de personas que alimentar y poca tierra disponible para hacerlo”, dijo Wen Jiabao, primer ministro chino, en una entrevista de 2011 publicada en el periódico chino Seeking Truth Magazine. “La seguridad alimentaria continúa siendo nuestra mayor preocupación. No hay otra manera de lidiar con el desafío que no sea confiar en las diversas tecnologías para transformar la agricultura tradicional. Es el caso, por ejemplo, del cultivo de variedades muy productivas y de la tecnología de modificación genética”.

Como parte del 12º. plan quinquenal, lanzado en 2011, China estableció como meta una cosecha anual de 540 millones de toneladas de granos. En 2011, el país registró un valor récord de 571 millones de toneladas de granos producidos. El esfuerzo de China, sin embargo, se ha mostrado más exitoso en algunos cultivos que en otros. El país, por ejemplo, es un importador neto de soja. Según La Administración Estatal del Grano, el país espera importar 56 millones de toneladas métricas de soja durante el periodo 2011-2012. A pesar de la producción récord de maíz en 2011, el Departamento de Agricultura de EEUU estima que China tendrá que importar 4 millones de toneladas de maíz para atender la demanda de este año.

“El Gobierno chino da mucha importancia al éxito en el sector agrícola”, observa McConville. Los trabajadores del Gobierno no se limitaron sólo a hablar: en 2008 se introdujo en el país el Proyecto Nacional de Desarrollo de Nuevas Variedades Transgénicas con una inversión estimada de US$ 3.800 millones para 2020. La inversión, resalta McConville, viene acompañada de un impulso para la mejoría de la tecnología agrícola en todo el país. También se hicieron inversiones en tractores y retroexcavadoras. El objetivo es simple, dice Dan Cekander, director de investigación de granos de Newedge USA: “Ellos necesitan aumentar sus cosechas”.

Aunque los cultivos genéticamente modificados no sean la única respuesta para el objetivo propuesto, ellas serán, probablemente, parte importante de los ingresos, según McConville. Al intentar reducir las importaciones de alimentos y alcanzar el objetivo del 95% de autosuficiencia, los cultivos genéticamente modificados ofrecen diversas ventajas. Estas pueden ayudar a aumentar la producción y ser tratadas de manera que puedan resistir las pestes y enfermedades. También pueden soportar ambientes que presenten condiciones adversas para el crecimiento.

Clive James, fundador del Servicio Internacional de Adquisición de Aplicaciones de Agrobiotecnología (ISAAA), habla con un tono casi evangélico cuando se refiere al cultivo biotecnológico. “No usamos la expresión ‘cultivos genéticamente modificados’, porque podría generar confusión”, dice. El objetivo de la ISAAA consiste en suministrar información sobre la seguridad y el crecimiento de los cultivos de biotecnología y permitir que las personas decidan por cuenta propia. “En los próximos 50 años, la población del mundo consumirá dos veces más alimentos de los que jamás consumió desde el comienzo de la agricultura”, dice James. “Tenemos que dejar claro al resto del mundo que nos 
enfrentamos a un desafío enorme. A partir de ahí podremos hablar de soluciones”.

Según James, los cultivos de biotecnología pueden reducir el montante de pesticidas usados por los agricultores, porque ya son resistentes a las pestes más comunes. Pueden también ayudar a aliviar la pobreza. “El arroz sometido a la biotecnología (BT) puede elevar los ingresos de un pequeño agricultor de US$ 80 a US$ 100 por hectárea”, dice James. Son numerosos los agricultores en esa situación”. En el caso de China, añade, los beneficios anuales pueden llegar a US$ 4.000 millones.

Adhesión precoz y fracaso

Aunque China haya decidido aprobar, con mucha cautela, los cultivos genéticamente modificados para el consumo humano, los chinos están entre los primeros del mundo en adoptar la tecnología de modificación genética aplicada al algodón. Ese tipo de algodón produce de forma natural el bacillus thuringiensis, un tipo de bacteria que, dependiendo de la forma que adquiere, se comporta como un insecticida mortal para un tipo particularmente nocivo de parásito conocido como oruga-de la-manzana. “China fue uno de los seis países pioneros en 1977”, dice James. Hoy, los 5,5 millones de hectáreas de algodón y algodón biotecnológico cultivados por los chinos comprenden un 71% de la producción total de algodón del país. Según el ISAAA, el algodón biotecnológico eleva la producción de algodón en un 10%. “Además, genera US$ 220 por hectárea de ingresos adicionales para los pequeños productores”, observa James. “De 1997 a 2010, el aumento de la renta china fue de US$ 11.000 millones”.

Desde entonces, sin embargo, China ha disminuido de forma considerable el ritmo de adopción de ese tipo de tecnología. El país aprobó la producción comercial de papaya genéticamente modificada resistente a un virus mortal (la papaya ringspot virus). En 2008, las autoridades chinas aprobaron la utilización de un tipo de soja genéticamente modificada. En 2008 y 2009, el Gobierno emitió también certificados de aprobación para dos tipos de arroz genéticamente modificado y un tipo de maíz, permitiendo que el arroz y el maíz sean probados en China y, tal vez, posiblemente, liberados para el comercio.

“Vale la pena seguir la cronología de las tecnologías adoptadas por China”, dice James. “Primero vino el algodón que es, sobre todo, un cultivo de fibra, por eso no hay necesidad de preocuparse mucho con la cuestión de la seguridad alimentaria. El primer cultivo fue de fibra”. Con la soja y el maíz, que James espera que tengan aprobación comercial en 2013, China entró en el sector de materias primas. Además, los chinos han realizado investigaciones en otras áreas. “Hay un programa para la mejora de la calidad de la levadura de trigo; hay también un programa de análisis de un gen que controlará la germinación del grano”, añade. “Ellos están usando la biotecnología aplicada al cultivo de manera bastante significativa y con la ayuda de incontables recursos en comparación con otros países en un esfuerzo para el desarrollo de tecnología propia”.

Pero la aprobación del arroz genéticamente modificado en 2009 llamó la atención de los consumidores y de los enemigos del proceso de modificación. “Un estudio hecho por la Universidad de Qinghua constató que un 70% de los entrevistados se oponían a la comercialización del arroz modificado genéticamente”, dice Fanq Lifeng, director de la campaña agrícola de Greenpeace en China, un grupo que dirigió el movimiento de oposición al cultivo genéticamente modificado en el país.

“No hay evidencia científica de que la ingeniería genética sea segura”, observa Fang. Desde la creación de los cultivos genéticamente modificados, hace 16 años, dice Fang, no se ha hecho ningún estudio empírico sobre su seguridad o el impacto sobre su entorno. “Esa es una preocupación de ámbito público”.

Estudios hechos por Greenpeace mostraron que algunos cultivos modificados genéticamente ya forman parte de la cadena alimentaria. “Hicimos algunas investigaciones en 2010 y constatamos la presencia de semilla de arroz modificado genéticamente en Hubei, Hunan y en Guangzhou, y del arroz modificado genéticamente en Fujian y Hubei, donde se encuentra a la venta. Ya está en el mercado”, dice Fang. “No ha sido aprobado y no es legal”. Las autoridades temen que Greenpeace saque una aplicación de iPhone en chino que informe al usuario en qué tiendas hay alimentos genéticamente modificados.

En respuesta a esto, las autoridades chinas sacaron de forma reciente un proyecto de ley para limitar la investigación de alimentos genéticamente modificados, experiencias de campo, producción, ventas, importación y exportación de semillas de granos modificados genéticamente. El proyecto dice que las empresas y los individuos no podrían aplicar la tecnología de modificación genética a cultivos de gran tamaño sin aprobación oficial. Teóricamente, eso limitaría la adopción del arroz modificado. Pero la manera en que la ley está redactada es lo suficientemente vaga para que los especialistas en modificación genética continúen creyendo en el avance de los cultivos genéticamente modificados, aunque despacio.

Evitar la modificación genética

Aunque los contrarios a la modificación genética vean en la diseminación de semillas no aprobadas una trampa derivada de la introducción de cultivos genéticamente modificados, McConville, de Syngenta, tiene otra visión sobre el movimiento ilegal de semillas modificadas genéticamente en China. “Estamos comprometidos con una estructura regulatoria bastante sólida”, dice. “Pero si las semillas modificadas están tan difundidas en China como Greenpeace dice que lo están, la pregunta que hay que plantearse es la siguiente: ‘¿Por qué?’” Si están extendiéndose, dice, cuáles tienen más posibilidades de ser negociadas en el mercado negro (la venta de semillas modificadas en el mercado negro es un problema en India también). No importa de donde vengan las semillas, los agricultores continuarán necesitándolas.

“Los pequeños agricultores de todo el mundo tienen una misma mentalidad”, añade James. “Ellos son muy cautelosos respecto a la tecnología que adoptan. Si no funciona, ellos la abandonan”.
La difusión ilegal de semillas, sin embargo, suscita otra pregunta en lo referente a los cultivos modificados genéticamente en China. “Un criador hábil de semillas es capaz de copiar o crear la mayor parte de las cosas”, dice McConville. Las asociaciones pueden poner los derechos intelectuales de propiedad de las empresas internacionales en manos de los expertos en copias de China. Con eso, las semillas desarrolladas dentro del país también podrían copiarse. Actualmente, se ha vetado en China la investigación y el desarrollo de semillas por empresas cien por cien extranjeras. Tan solo las empresas internacionales interesadas en hacer investigación son bienvenidas. Los contrarios a este tipo de cultivo creen que eso puede revelar los secretos del abastecimiento alimentario de China. “El arroz genéticamente modificado desarrollado por los científicos chinos usa técnicas y métodos desarrollados por compañías multinacionales extranjeras”, dice Fang. “Eso no es bueno para la seguridad alimentaria del país”.

Hay cultivos modificados genéticamente en China que se enfrentan hoy en día a problemas, dice Fang. El algodón biotecnológico, por ejemplo, se adoptó para hacer frente a un número constante de pestes. Pero, otra plaga, llamada mirid buas, parece haber sustituido a las plagas anteriores. Según un artículo publicado en Nature Magazine en 2010, mirid ha obligado a los agricultores a recurrir nuevamente a los pesticidas.

Todas esas dificultades sumadas al ritmo lento de adopción de la modificación genética en China no han impedido a las empresas agrícolas internacionales invertir en el país. “Fuimos la primera empresa en montar una unidad de investigaciones en China”, dice McConville, de Syngenta. La empresa decidió proseguir con las actividades de su unidad de US$ 60 millones, observa McConville, debido al tamaño y a la importancia del mercado chino. Monsanto también divulgó planes de expandir su asociación con la Compañía Nacional de Semillas de China.

“A fin de cuentas, las tecnologías de modificación genética acabarán siendo adoptadas”, dice McConville. “Creemos que buena parte de esa tecnología será desarrollada en China, por China y para China”.

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