jueves, 25 de febrero de 2010

La meta de México

Por Horacio Merchant

México está despistado y su rumbo está diluido.

Entre tantos frentes y urgencias, México confunde lo importante, no se enfoca y no sabe qué hacer primero. En medio de una lucha de prioridades se ha perdido la contundencia y, sobre todo, la lucidez. Hasta las mentes más brillantes se contradicen sobre qué problema atacar primero y dónde asignar recursos.

¿Qué es primero? ¿La seguridad, la pobreza, la educación, el avance tecnológico, la regularización de la economía informal, la reducción de la dependencia del petróleo?... ¿Alguna otra idea?

Y la tentación a decir que TODO es importante es grande, pero también es una receta para la mediocridad.

Si todo es importante, nada acaba por ser importante; si no hay renuncia, no hay estrategia; si no hay priorización, no pasa nada diferente.

La meta de México tiene que ser el crecimiento económico. Si la economía crece, crecen los empleos, la educación, la inversión, el pago de impuestos y la riqueza en general. Si hay crecimiento, la gente deja de estar a la defensiva y se enfoca a subirse a la ola de progreso. Con un crecimiento sostenido, se alinean los factores económicos y la población se reenfoca a sectores rentables, de alto potencial y no se diga legales. Y también crece algo que suele subestimarse, pero que es clave: La autoestima nacional y la expectativa de logro.

En lugar de celebrar el Bicentenario de la Independencia, que principalmente es un insumo para la desgastada clase política y es un logro del pasado, lo que tenemos que celebrar los mexicanos son los logros del presente y el camino hacia el futuro.

La meta de México tiene que ser el crecimiento; tiene que ser su obsesión, su narrativa predominante, su principal noticia, su máxima referencia y el plan a cumplir.

Tyler Cowen, de la Universidad George Mason, afirma que a un crecimiento anual del 5 por ciento, los estándares de vida se duplican aproximadamente cada 14 años.

Si la meta DE México fuera crecer el 5 por ciento anual durante 10 años, nos abocaríamos a entender: ¿Cómo vamos a crecer? ¿Dónde somos más competitivos? ¿Qué sectores son los de mayor crecimiento? ¿Cuáles nos están frenando? ¿Qué decisiones se tienen que tomar para catalizar el crecimiento?

Una meta concreta unifica criterios y establece una visión. Una meta bien vendida, con buen marketing, nos haría cambiar el discurso de Nación y hablaríamos menos de violencia, política estéril y trivialidades.

Como cualquier proceso estratégico, tenemos que poner sobre la mesa nuestras fortalezas, oportunidades y debilidades para desarrollar las prioridades. China lo hizo, Brasil lo hizo, India lo hizo, España lo hizo, Corea del Sur lo hizo, Chile lo hizo.

Un caso particularmente notable es el de Brasil, que con un crecimiento sostenido promedio cercano al 5 por ciento en la última década, tumba el liderazgo latinoamericano a México y figura orgulloso en el grupo BRIC (Brasil, Rusia, India, China).

Si en México no crecemos, decrecemos; si no construimos, nos autodestruimos; si no tenemos un rumbo claro, medible, de reto, caemos en la inercia, cedemos a fuerzas inferiores y nos perdemos en lo irrelevante.

Es inocente pensar que esto, o para el caso cualquier otra idea por sí sola, va a solucionar todos los problemas de tajo o que una decisión estratégica no conlleva resistencia de los privilegiados, además de riesgos y pérdidas. Pero una estrategia de País obliga tomar decisiones e incluso definir el tipo y el grado de problemas con los que se va a vivir, y por cuánto tiempo.

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