Por Juan Freire / El País
Existen al menos "dos Internets". La ausencia de límites físicos y la lógica de la abundancia lo hacen posible. Tenemos más información, más de más calidad, y más de menos calidad. Como consecuencia el valor intrínseco de una unidad de información se reduce y aumenta la complejidad y diversidad de los procesos de generación, transmisión y manejo de la información y de las formas e intensidades de las relaciones humanas.
Discutir de modo genérico sobre las bondades o maldades de lo digital significa quedarse en lo superficial e irrelevante. El diablo está, más que nunca, en los detalles. La educación, un uso inteligente de la tecnología, un enfoque político incluyente o excluyente... todos estos factores determinarán las consecuencias para cada ámbito de nuestras vidas afectado por lo digital. Es una evolución en que las herramientas no determinan por sí mismas el resultado final.
Y esta es la primera paradoja de Internet: lo ha cambiado todo para que a la vez todo parezca seguir igual. Aunque esta argumentación es ya vieja y suficientemente conocida la realidad es que buena parte de los debates públicos a que asistimos olvidan esta realidad. Por tanto, Internet es en parte un medio de masas, con mecanismos próximos a los medios tradicionales. Existen blogs de masas con cientos de miles de suscriptores o celebridades que usan Twitter para permitir que sus fans sigan su rastro. Pero al mismo tiempo, Internet es una red distribuida donde conviven innumerables comunidades, el espacio donde unas pocas decenas de personas pueden compartir intereses por muy oscuros o sofisticados que sean.
Un caso especialmente interesante, por considerarse casi siempre banal, es el de Facebook y otras "redes sociales", donde nacen todos los días nuevas "estrellas" con cientos o miles de seguidores. Se ha convertido en la puerta de entrada a Internet de gente de todas las edades para la que lo digital era hasta hace poco algo extraño. Personas que no escriben blogs ni publican vídeos en YouTube y que nunca se han planteado contribuir a un artículo de la Wikipedia. Personas que conciben Facebook como un espacio personal e íntimo donde relacionarse fuera de su ámbito profesional. Son personas que sufren una transformación sutil pero profunda al pasar de consumidores pasivos de productos culturales a usuarios activos que buscan, filtran, remezclan, participan, recomiendan y discuten.
La Internet de masas es más de lo mismo; un espacio interesante para el entretenimiento y la publicidad. La verdadera transformación social es más callada. La cultura digital se asienta sobre nuevos valores o sobre la revitalización de otros como lo abierto, la producción, la copia, la remezcla, la reputación o la meritocracia. Y aquí emerge la segunda paradoja de Internet, la que deriva de las dificultades para entender este nuevo escenario con los criterios convencionales. Surgen nuevos referentes, muchas veces fuera de la academia y de los medios. Las historias y los discursos son cada vez más transmediáticos y fragmentarios, y en ellos las obras derivadas juegan papeles tan importantes como los de lo que antes denominábamos originales. Y buena parte de esta producción exuberante es efímera, destinada a una vida corta.
Convivir con estas paradojas puede provocar traumas. Así, ¿dónde quedan los grandes referentes culturales e intelectuales? Inevitablemente sufren, a veces de forma dolorosa para sus propios egos, una devaluación por la abundancia que provoca la competencia con amateurs, por su dependencia de los medios que cargan con sus propias crisis, e incluso por su falta de competencias digitales, de destrezas para moverse y comunicarse en el entorno digital.
Juan Freire es profesor de la Universidad de A Coruña y la EOI Escuela de Organización Industrial (Madrid). Biólogo, explorador del papel de la innovación, la estrategia y la tecnología y cultura digitales en las redes sociales, las organizaciones y las ciudades. http://www.juanfreire.net.
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