Hubo una época en que la depresión casi lo devora. Fue un tiempo en que Julian Assange anduvo solo por el mundo, descubriendo lo que en su natal Australia le era ajeno y dejando que germinara el desprecio que ya sentía por las estructuras del poder. Era 1999, y su mujer y su único hijo lo acababan de abandonar. Ocho años antes, cuando tenía apenas 20, había logrado penetrar la terminal central de una empresa de telecomunicaciones de Canadá y se había convertido en el más famoso hacker de los ‘International Subversives’ de Australia. Y aunque la policía lo arrestó –llegaron a considerarlo entonces el más hábil espía digital de su país–, fue liberado tras pagar una mínima fianza. Pero ese primer romance con la fama no lo dejó intacto: Julian Assange se convirtió en un hombre solitario.
Hoy tiene 39 años y nuevamente es una estrella. Assange es el fundador y el rostro público de WikiLeaks, una organización que ha revelado tantas verdades sobre la guerra de Afganistán que todas las agencias de seguridad de Estados Unidos lo han declarado enemigo de la patria. “Llevaremos a cabo una investigación agresiva”, fueron las cáusticas palabras del secretario de Defensa, Robert Gates, después de que WikiLeaks publicó el 25 de julio más de 90.000 documentos confidenciales del ejército estadounidense. En Estocolmo, Assange les dice a los periodistas que lo rodean: “Somos abogados, representamos los intereses de informantes anónimos y llevamos la información que nos dan a la corte penal de la opinión pública”.
En agosto de este año Assange firmó un acuerdo con el director del alternativo Partido Pirata de Suecia. Lo hizo en el restaurante Glenfiddich Warehouse, en el centro de la capital, después de una conversación de dos horas. Como consecuencia, parte de los servidores de WikiLeaks serían trasladados a un lugar en el barrio Solna de Estocolmo, para quedar bajo la protección del Partido Pirata. Cueste lo que cueste, Assange quiere garantizar su existencia y la de su organización.
Desde la publicación de los ahora llamados ‘Papeles de Afganistán’, el director de WikiLeaks volvió a quedar en el ojo del huracán. Ha vivido los últimos años saltando de país en país, durmiendo donde los amigos que hizo cuando recorrió la Tierra en los años 90, cuando perdió a su familia. A un reportero de The New Yorker le dijo una vez: “He estado durmiendo en aeropuertos”. Se le ha visto hablando con medios de comunicación en Islandia, donde tiene una oficina; en Bélgica, donde opera una parte de sus servidores; en Oxford, donde fue invitado a las Conferencias Ted, y en Estocolmo, donde además de buscar garantías para su trabajo, quería encontrar algunos días de tranquilidad.
Pero no es fácil ser enemigo del Pentágono y de la CIA. Hace más de una semana, el diario sensacionalista Expressen anunció que un fiscal de Estocolmo había abierto una investigación contra Assange por violación. Al día siguiente, la Fiscalía emitió una orden de arresto. Pero 20 horas después el fiscal se retractó. La imagen del otrora héroe, sin embargo, ya se había resquebrajado. Dos mujeres lo acusan de abuso sexual y tendrá que ir a un interrogatorio. Assange dice que se enteró a través de los diarios y niega el supuesto delito. “No sé quién esté detrás de esto, pero nos han advertido que, por ejemplo, el Pentágono planea usar trucos sucios contra nosotros”.
Assange, un hombre esquelético, de voz baja y ojos gélidos y grises, no se teñía el cabello de negro azabache. Lo tenía completamente blanco, lo cual, según su mamá, solo es un reflejo de la carga de estrés que se ha echado al hombro desde hace años, cuando descubrió su mayor interés: la programación.
La historia de Assange está llena de misterios. Nació en Townsville, en la costa oriental de Australia, en 1971. Se convirtió en un típico engendro de los años 70. Su madre, miembro de un pequeño grupo de teatro, fue siempre una convencida de la educación ‘antiautoritaria’. Assange le contó a un diario australiano que estudió en 37 colegios y se sintió durante los primeros años de su vida como Tom Sawyer: un huérfano, un travieso, un joven valiente. Pronto, una sombra se instaló sobre su vida. Uno de los amantes de su madre, un músico que después se convertiría en su padrastro, era miembro de una secta siniestra. La extravagancia de ese hombre extraño de costumbres perversas terminó por asustar a la madre de Assange, que huyó durante cinco años junto con el joven Julian y su hermanastro.
El ocio de esos años le deparó a Assange una coincidencia definitiva para su vida. Durante su fuga, la familia se instaló en una casa ubicada frente a una tienda de aparatos electrónicos. Julian empezó un día a programar de la nada sobre la pantalla azul de un Commodore 64, un clásico de la computación de los años 80. Su madre decidió entonces apoyar el evidente talento de su hijo, la familia se mudó a una residencia más económica y Assange recibió el computador de regalo. Con 16 años, Julian ya era un hacker, y tenía seudónimo en la red: ‘Mendax’.
Quizás haya pocas cosas que irriten tanto al director de WikiLeaks –hoy acaso el hacker más famoso– como el hecho de que el mundo entero lo llame así: un hacker. Assange quiere ser visto como un activista, un hombre íntegro que ha tenido las agallas para iniciar una lucha que considera necesaria. Un insurgente, el primer guerrillero de la era digital: Che Assange.
Pero Assange, a pesar de sí mismo, es una mezcla de ambas cosas: político y científico, barbudo revolucionario y asceta programador. En los años que siguieron a los primeros éxitos de Mendax como hacker, a su final arresto en 1991 y al primer golpe que le dio la vida con la pérdida de su familia, Assange decidió divorciarse de la rama criminal de la programación. Se entregó al estudio, visitó cursos universitarios de Física y Matemáticas, conoció a expertos programadores que notaron su talento y lo entrenaron en la construcción y protección de bases de datos. Abandonó la universidad en 2006 y, como consecuencia de una idea madurada durante años, fundó WikiLeaks. Desde entonces ha intentado cambiar el mundo. Visto así, Julian Assange también es un idealista. Solo una convicción lo mueve: la de que toda la información que hay en la Tierra debe ser de acceso público. Su principio lleva el nombre de ‘transparencia radical’.
Raffi Khatchadourian, quien lo visitó para un reportaje publicado en The New Yorker, escribió: “Sus números de teléfono y sus direcciones de ‘e-mail’ cambian constantemente; con su capacidad de evasión y de enmascarar los detalles de su vida, puede volver locos a quienes lo rodean”. Solo cinco amigos suyos conocen los detalles de su vida actual. Pero uno de esos secretos ya es conocido: Assange tiene miedo. Por eso colgó hace unas semanas en el portal Pirate Bay un archivo encriptado que cualquier persona en el mundo puede descargar. Nadie lo puede ver en este momento, pero contiene todo lo que WikiLeaks no ha publicado hasta hoy. El código de acceso solo se conocerá el día en que alguien decida atacar a los servidores de la organización. Assange dice: “Es mi seguro de vida”.
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