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Durante gran parte del siglo pasado, la gente no tenía la opción de elegir su compañía telefónica; un monopolio era propietario de las líneas que llevaban las llamadas, y también proporcionaba los teléfonos a los hogares. Las estaciones de radio AM las llevaban un grupo reducido de personas, que lograron limitar las voces independientes y retrasar el advenimiento de una tecnología superior, la radio FM. La televisión estaba dominada por sólo tres redes nacionales en los Estados Unidos, y cada una de ellas ofrecía una programación similar.
Afortunadamente, hemos superado esa época. Los gobiernos reconocieron las ventajas de deshacer los monopolios en estas industrias de la información, para que así los competidores con ideas creativas y tecnologías innovadoras pudieran prosperar. Los ordenadores y dispositivos electrónicos de bajo precio hicieron posible que más personas se convirtiesen en creadores. E Internet surgió como una plataforma de distribución de la que nadie estaba a cargo, por lo que la voz de cualquiera podría ser escuchada. Ahora tenemos más opciones que nunca en los medios de comunicación que consumimos y las formas en que lo hacemos.
Por suerte hemos dejado atrás los días de confinamiento del siglo XX y la libertad de expresión y el poder de elección reinarán para siempre, ¿verdad? No estemos tan seguros, afirma Tim Wu, profesor de Derecho en la Universidad de Columbia. En su nuevo libro, The Master Switch: The Rise and Fall of Information Empires, Wu sostiene que nuestra caza de información, impulsada por Internet y cada vez más inalámbrica, podría estar a punto de caer bajo el control asfixiante de un puñado de poderosas empresas, como ocurrió con la televisión, el cine, la radio y los teléfonos en su tiempo. En opinión de Wu, empresas como AT&T, Comcast, y Apple tratarán de aumentar su poder como guardianes de la información, trastornando la idea de Internet como medio de distribución revolucionariamente abierto. Google fue fundada bajo una premisa alternativa, basada en ciertos ideales de Internet, aunque Wu teme que Google también podría verse atraída por el lado oscuro.
El argumento de Wu es importante por dos razones. En primer lugar, un sector de comunicaciones que esté cerrado (es decir, en este contexto, que esté dominado por un monopolio u oligopolio, no rebatido por los reguladores del gobierno) genera menos oportunidades para la creatividad y el crecimiento económico que una industria que esté abierta a una amplia gama de jugadores . Cuando el monopolio de Bell controlaba el sistema de telefonía de los EE.UU., anuló innovaciones tales como el contestador automático y bloqueó aquellos productos y servicios que no eran proporcionados directamente por AT&T.
En segundo lugar, la estructura de una industria de comunicaciones tiende a dar forma a sus productos. Por ejemplo, cuando Hollywood estaba en manos de un grupo de estudios que controlaban la producción, la distribución y exhibición de películas, había pocas razones para tomar riesgos creativos. Y debido a que se había consolidado, la industria se adaptó a las fuerzas religiosas conservadoras, que exigían un "código de producción" mediante el que se prohibía que las películas representasen cualquier cosa considerada inmoral. Como resultado, las películas de Hollywood de mediados de siglo fueron en gran medida predecibles y homogéneas. En la década de los 70, después de que la industria de Hollywood se viera obligada a ceder el control vertical de las películas, una serie de directores y productores dispuestos a tomar riesgos finalmente lograron llegar a las pantallas de cine, y floreció el cine estadounidense. Sin embargo, cuando la década de los 80 y los 90 trajo un tipo diferente de estructura de negocio a Hollywood—de tipo conglomerado, en el que los estudios de cine son parte de una corporación más grande que también vende videojuegos, libros o juguetes—a partir de ahí empezamos a ver más películas como Transformers, que no son sólo películas, sino también dos horas de anuncios para productos y secuelas.
Wu tiene una razón fundamental para creer que las industrias de comunicaciones de hoy día podrían llegar a volverse peligrosamente consolidadas, haciendo mucho más difícil que las empresas independientes y las voces creativas sean oídas: cosas como estas llevan sucediendo desde siempre. Él lo llama "el ciclo".
El ciclo de Wu describe un patrón que se adapta a cada una de las principales nuevas tecnologías de comunicación, desde el telégrafo al teléfono, o Internet. En primer lugar, el avance da un giro al orden empresarial dominante. Crea nuevas oportunidades para inventores e inversores y amplía la gama de voces que pueden ser difundidas. El advenimiento de la radio, por ejemplo, dio lugar a miles de pequeñas estaciones independientes por todo el país, al tiempo que iglesias, sindicatos y otros grupos comunitarios trataban de expresarse a través de las ondas—de la misma forma en que millones de personas y organizaciones más tarde crearían sus propias páginas web.
No obstante, al poco tiempo las fuerzas más poderosas en la industria, en busca de los importantes beneficios de la escala en el negocio de la información, centralizan el control. Convencen al gobierno y gran parte de la sociedad que esta concentración es para el bien común, para que el orden productivo pueda salir del caos. En el caso de la radio, los ejecutivos que construyeron la NBC argumentaron con éxito que la nación necesitaba eliminar las estaciones pequeñas e independientes para dar lugar a una red de estaciones más grandes que pudieran llegar a más personas.
Luego viene la fase final del ciclo: una vez una tecnología de comunicaciones de origen abierto da lugar a un sistema cerrado y perfectamente controlado, ese sistema es especialmente propicio para ser interrumpido. Esto generalmente ocurre cuando aparece una invención mejor por parte de la competencia, aunque a menudo también se requiere un cambio normativo que rompa el viejo orden y garantice espacio para la startups. La televisión por cable era la tecnología perfecta con la que hacer añicos el poder monolítico de la difusión tradicional. Sin embargo los organismos de radiodifusión lucharon enormemente para detenerla, y el cable sólo logró despegar después de que ganase el apoyo crucial de los reguladores de la administración de Nixon.
El de Wu es el segundo libro de esta temporada que argumenta convincentemente que el cambio tecnológico se desarrolla bajo patrones predecibles. Sin embargo, mientras que el otro libro, What Technology Wants de Kevin Kelly, deambula a la deriva tratando de alinear la tecnología con los patrones de los grandes arcos de la evolución, Wu se arraiga mucho más firmemente en la comprensión de los negocios y la naturaleza humana. En esencia, según afirma Wu, los imperios de comunicación surgen por razones simples que no han desaparecido: las empresas, naturalmente, tratan de seguir creciendo, y sus dirigentes se ven a menudo atraídos por grandes visiones. Incluso reconoce que a menudo existen beneficios procedentes de estos imperios, razón por la que los consumidores y los reguladores del gobierno a menudo los aceptan. Uno de tales beneficios es que, al ejercer un control estricto, los proveedores de comunicaciones a menudo pueden garantizar una mayor calidad de servicio. (Pensemos en la afirmación de Steve Jobs sobre la tienda de aplicaciones para iPads y iPhones, controlada por Apple, y que según Jobs está libre de la pornografía y el otro tipo de basura que se puede encontrar en el mercado Android de Google, que permite a cualquier persona tratar de vender una aplicación.) Y, en efecto, los monopolios de información extienden los beneficios que se derivan de su gran escala. En el siglo XX, AT&T poseía abundantes recursos para prestar un servicio de alta calidad a todo el país a precios razonablemente bajos. Podía darse el lujo de financiar los Laboratorios Bell y dejar que sus investigadores explorasen avances que no tenían ninguna finalidad comercial evidente.
Wu es menos convincente, sin embargo, cuando afirma que el ciclo está a punto de elegir la apertura de Internet como su próxima víctima.
Ciertamente, algunos proveedores de servicios de Internet como Comcast, Verizon y AT&T han comenzado a socavar el apoyo a uno de los ideales fundacionales de Internet: "la neutralidad de la red" (una frase que Wu acuñó durante la última década). La idea consiste en que todos los paquetes de datos son creados iguales, y que ningún operador de redes de los que conforman la Red debe dar prioridad a algunos paquetes sobre otros. Claramente, se pueden oír los ecos de los monopolios de antaño cuando los proveedores de comunicaciones de hoy día sostienen que la neutralidad de la red les impide la gestión de sus sistemas para garantizar el mejor servicio. No es exagerado suponer que a los proveedores de servicios le encantaría crear "carriles rápidos" para que las empresas pagasen extra—un paso que, por definición, perjudicaría a las voces de los menos capitalizados. Hoy día, las cadenas de televisión están tratando de ejercer un mayor control sobre las formas en que su contenido puede ser visto, exigiendo pagos más altos de los sistemas de cable. La cadena Fox recientemente hizo que Cablevision pagase unas tasas más altas de programación por los juegos de la Serie Mundial. NBC, CBS y ABC han hecho imposible el uso de un determinado tipo de dispositivo—el nuevo producto de Google, que ofrece contenido web en televisores—para ver programas en sus sitios web.
Sin embargo Wu también ve signos ominosos donde en realidad no existan. Su libro describe cómo la ruptura de la competencia de AT&T en 1984 no mató a la bestia; de hecho, la compañía se ha reconstituido como el proveedor de telefonía dominante en gran parte del país. También es el proveedor exclusivo del (¡cerrado!) iPhone en los Estados Unidos. Y para argumentar lo poderosa que se había hecho AT&T en el año 2003, Wu afirma que la Agencia de Seguridad Nacional podía espiar trozos enormes de tráfico de Internet sólo con asegurar la cooperación de la compañía telefónica.
Cada una de estas evidencias parece menos impresionante al ser inspeccionada con detalle. Sí, AT&T es la única opción para el servicio de telefonía fija tradicional en gran parte del país, pero hoy día un cliente puede obtener el servicio de teléfono de la compañía de televisión por cable o de varias compañías de telefonía móvil. Sí, AT&T es la única compañía que ofrece el iPhone en los Estados Unidos, pero eso está por cambiar gracias a la competencia, y no es que el iPhone sea la única opción dentro de los teléfonos inteligentes. Y, por supuesto, cuanto mayor sea una empresa de comunicaciones, más fructífero es para el gobierno escuchar sus líneas. Pero, ¿alguien cree que la NSA pasaría por alto el factor de la vigilancia si tuviera que contactar con 30 empresas en lugar de una, dos, o seis?
Wu tiene razón acerca de por qué sucede el ciclo y por qué es importante: las grandes compañías de comunicaciones siempre tratarán de convertirse en más poderosas, y las ramificaciones del poder monopólico en las industrias de la información son más negativas que positivas. Sin embargo creemos que el siguiente turno del ciclo no es tan destructivo. En comparación con los consumidores y ciudadanos del siglo pasado, tenemos opciones a la hora de comunicarnos—y por tanto más líneas de defensa contra la consolidación.
Afortunadamente, hemos superado esa época. Los gobiernos reconocieron las ventajas de deshacer los monopolios en estas industrias de la información, para que así los competidores con ideas creativas y tecnologías innovadoras pudieran prosperar. Los ordenadores y dispositivos electrónicos de bajo precio hicieron posible que más personas se convirtiesen en creadores. E Internet surgió como una plataforma de distribución de la que nadie estaba a cargo, por lo que la voz de cualquiera podría ser escuchada. Ahora tenemos más opciones que nunca en los medios de comunicación que consumimos y las formas en que lo hacemos.
Por suerte hemos dejado atrás los días de confinamiento del siglo XX y la libertad de expresión y el poder de elección reinarán para siempre, ¿verdad? No estemos tan seguros, afirma Tim Wu, profesor de Derecho en la Universidad de Columbia. En su nuevo libro, The Master Switch: The Rise and Fall of Information Empires, Wu sostiene que nuestra caza de información, impulsada por Internet y cada vez más inalámbrica, podría estar a punto de caer bajo el control asfixiante de un puñado de poderosas empresas, como ocurrió con la televisión, el cine, la radio y los teléfonos en su tiempo. En opinión de Wu, empresas como AT&T, Comcast, y Apple tratarán de aumentar su poder como guardianes de la información, trastornando la idea de Internet como medio de distribución revolucionariamente abierto. Google fue fundada bajo una premisa alternativa, basada en ciertos ideales de Internet, aunque Wu teme que Google también podría verse atraída por el lado oscuro.
El argumento de Wu es importante por dos razones. En primer lugar, un sector de comunicaciones que esté cerrado (es decir, en este contexto, que esté dominado por un monopolio u oligopolio, no rebatido por los reguladores del gobierno) genera menos oportunidades para la creatividad y el crecimiento económico que una industria que esté abierta a una amplia gama de jugadores . Cuando el monopolio de Bell controlaba el sistema de telefonía de los EE.UU., anuló innovaciones tales como el contestador automático y bloqueó aquellos productos y servicios que no eran proporcionados directamente por AT&T.
En segundo lugar, la estructura de una industria de comunicaciones tiende a dar forma a sus productos. Por ejemplo, cuando Hollywood estaba en manos de un grupo de estudios que controlaban la producción, la distribución y exhibición de películas, había pocas razones para tomar riesgos creativos. Y debido a que se había consolidado, la industria se adaptó a las fuerzas religiosas conservadoras, que exigían un "código de producción" mediante el que se prohibía que las películas representasen cualquier cosa considerada inmoral. Como resultado, las películas de Hollywood de mediados de siglo fueron en gran medida predecibles y homogéneas. En la década de los 70, después de que la industria de Hollywood se viera obligada a ceder el control vertical de las películas, una serie de directores y productores dispuestos a tomar riesgos finalmente lograron llegar a las pantallas de cine, y floreció el cine estadounidense. Sin embargo, cuando la década de los 80 y los 90 trajo un tipo diferente de estructura de negocio a Hollywood—de tipo conglomerado, en el que los estudios de cine son parte de una corporación más grande que también vende videojuegos, libros o juguetes—a partir de ahí empezamos a ver más películas como Transformers, que no son sólo películas, sino también dos horas de anuncios para productos y secuelas.
Wu tiene una razón fundamental para creer que las industrias de comunicaciones de hoy día podrían llegar a volverse peligrosamente consolidadas, haciendo mucho más difícil que las empresas independientes y las voces creativas sean oídas: cosas como estas llevan sucediendo desde siempre. Él lo llama "el ciclo".
El ciclo de Wu describe un patrón que se adapta a cada una de las principales nuevas tecnologías de comunicación, desde el telégrafo al teléfono, o Internet. En primer lugar, el avance da un giro al orden empresarial dominante. Crea nuevas oportunidades para inventores e inversores y amplía la gama de voces que pueden ser difundidas. El advenimiento de la radio, por ejemplo, dio lugar a miles de pequeñas estaciones independientes por todo el país, al tiempo que iglesias, sindicatos y otros grupos comunitarios trataban de expresarse a través de las ondas—de la misma forma en que millones de personas y organizaciones más tarde crearían sus propias páginas web.
No obstante, al poco tiempo las fuerzas más poderosas en la industria, en busca de los importantes beneficios de la escala en el negocio de la información, centralizan el control. Convencen al gobierno y gran parte de la sociedad que esta concentración es para el bien común, para que el orden productivo pueda salir del caos. En el caso de la radio, los ejecutivos que construyeron la NBC argumentaron con éxito que la nación necesitaba eliminar las estaciones pequeñas e independientes para dar lugar a una red de estaciones más grandes que pudieran llegar a más personas.
Luego viene la fase final del ciclo: una vez una tecnología de comunicaciones de origen abierto da lugar a un sistema cerrado y perfectamente controlado, ese sistema es especialmente propicio para ser interrumpido. Esto generalmente ocurre cuando aparece una invención mejor por parte de la competencia, aunque a menudo también se requiere un cambio normativo que rompa el viejo orden y garantice espacio para la startups. La televisión por cable era la tecnología perfecta con la que hacer añicos el poder monolítico de la difusión tradicional. Sin embargo los organismos de radiodifusión lucharon enormemente para detenerla, y el cable sólo logró despegar después de que ganase el apoyo crucial de los reguladores de la administración de Nixon.
El de Wu es el segundo libro de esta temporada que argumenta convincentemente que el cambio tecnológico se desarrolla bajo patrones predecibles. Sin embargo, mientras que el otro libro, What Technology Wants de Kevin Kelly, deambula a la deriva tratando de alinear la tecnología con los patrones de los grandes arcos de la evolución, Wu se arraiga mucho más firmemente en la comprensión de los negocios y la naturaleza humana. En esencia, según afirma Wu, los imperios de comunicación surgen por razones simples que no han desaparecido: las empresas, naturalmente, tratan de seguir creciendo, y sus dirigentes se ven a menudo atraídos por grandes visiones. Incluso reconoce que a menudo existen beneficios procedentes de estos imperios, razón por la que los consumidores y los reguladores del gobierno a menudo los aceptan. Uno de tales beneficios es que, al ejercer un control estricto, los proveedores de comunicaciones a menudo pueden garantizar una mayor calidad de servicio. (Pensemos en la afirmación de Steve Jobs sobre la tienda de aplicaciones para iPads y iPhones, controlada por Apple, y que según Jobs está libre de la pornografía y el otro tipo de basura que se puede encontrar en el mercado Android de Google, que permite a cualquier persona tratar de vender una aplicación.) Y, en efecto, los monopolios de información extienden los beneficios que se derivan de su gran escala. En el siglo XX, AT&T poseía abundantes recursos para prestar un servicio de alta calidad a todo el país a precios razonablemente bajos. Podía darse el lujo de financiar los Laboratorios Bell y dejar que sus investigadores explorasen avances que no tenían ninguna finalidad comercial evidente.
Wu es menos convincente, sin embargo, cuando afirma que el ciclo está a punto de elegir la apertura de Internet como su próxima víctima.
Ciertamente, algunos proveedores de servicios de Internet como Comcast, Verizon y AT&T han comenzado a socavar el apoyo a uno de los ideales fundacionales de Internet: "la neutralidad de la red" (una frase que Wu acuñó durante la última década). La idea consiste en que todos los paquetes de datos son creados iguales, y que ningún operador de redes de los que conforman la Red debe dar prioridad a algunos paquetes sobre otros. Claramente, se pueden oír los ecos de los monopolios de antaño cuando los proveedores de comunicaciones de hoy día sostienen que la neutralidad de la red les impide la gestión de sus sistemas para garantizar el mejor servicio. No es exagerado suponer que a los proveedores de servicios le encantaría crear "carriles rápidos" para que las empresas pagasen extra—un paso que, por definición, perjudicaría a las voces de los menos capitalizados. Hoy día, las cadenas de televisión están tratando de ejercer un mayor control sobre las formas en que su contenido puede ser visto, exigiendo pagos más altos de los sistemas de cable. La cadena Fox recientemente hizo que Cablevision pagase unas tasas más altas de programación por los juegos de la Serie Mundial. NBC, CBS y ABC han hecho imposible el uso de un determinado tipo de dispositivo—el nuevo producto de Google, que ofrece contenido web en televisores—para ver programas en sus sitios web.
Sin embargo Wu también ve signos ominosos donde en realidad no existan. Su libro describe cómo la ruptura de la competencia de AT&T en 1984 no mató a la bestia; de hecho, la compañía se ha reconstituido como el proveedor de telefonía dominante en gran parte del país. También es el proveedor exclusivo del (¡cerrado!) iPhone en los Estados Unidos. Y para argumentar lo poderosa que se había hecho AT&T en el año 2003, Wu afirma que la Agencia de Seguridad Nacional podía espiar trozos enormes de tráfico de Internet sólo con asegurar la cooperación de la compañía telefónica.
Cada una de estas evidencias parece menos impresionante al ser inspeccionada con detalle. Sí, AT&T es la única opción para el servicio de telefonía fija tradicional en gran parte del país, pero hoy día un cliente puede obtener el servicio de teléfono de la compañía de televisión por cable o de varias compañías de telefonía móvil. Sí, AT&T es la única compañía que ofrece el iPhone en los Estados Unidos, pero eso está por cambiar gracias a la competencia, y no es que el iPhone sea la única opción dentro de los teléfonos inteligentes. Y, por supuesto, cuanto mayor sea una empresa de comunicaciones, más fructífero es para el gobierno escuchar sus líneas. Pero, ¿alguien cree que la NSA pasaría por alto el factor de la vigilancia si tuviera que contactar con 30 empresas en lugar de una, dos, o seis?
Wu tiene razón acerca de por qué sucede el ciclo y por qué es importante: las grandes compañías de comunicaciones siempre tratarán de convertirse en más poderosas, y las ramificaciones del poder monopólico en las industrias de la información son más negativas que positivas. Sin embargo creemos que el siguiente turno del ciclo no es tan destructivo. En comparación con los consumidores y ciudadanos del siglo pasado, tenemos opciones a la hora de comunicarnos—y por tanto más líneas de defensa contra la consolidación.
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