Por SCOTT ADAMS
¡Hemos ganado la guerra al aburrimiento! Si tiene un teléfono inteligente en su bolsillo, una consola de videojuegos en su sala, un Kindle en su mochila y un iPad en la cocina, nunca pasará un minuto sin ningún tipo de estimulación. ¡Bien!
Pero no se alegre del todo; podríamos estar en terreno minado. Los expertos aseguran que nuestro cerebro necesita aburrirse para poder asimilar pensamientos y ser creativos. Y creo que tienen razón. Me he dado cuenta de que se me ocurren las mejores ideas cuando el mundo exterior fracasa en su misión principal de asustarme, herirme o entretenerme.
Me gano la vida siendo creativo y siempre he asumido que heredé ese potencial de mis padres. Pero debo decir que fue mi aburrida niñez la que hizo aflorar mi creatividad.
Crecí en las montañas del estado de Nueva York, en un pequeño pueblo llamado Windham. Me gradué de la secundaria con los mismos 40 niños que conocí en el jardín de infantes. Cuando escogíamos los equipos en la clase de educación física, no había misterios sobre cuál ganaría. Viví una infancia sin sorpresas.
Nuestra televisión con antenas sólo sintonizaba bien un canal, y nos acostumbramos a tener siempre una imagen borrosa. Nuestra radio no era mucho mejor. Pero si ponía la mano en la antena, podía escuchar un sonido rítmico que más tarde aprendí a llamar música.
No tuve muchos juguetes según los parámetros modernos. Pero descubrí cómo hacer mi propio rifle con un poco de arcilla y pequeños troncos de madera. También a hacer muñecos. Hice una Barbie con un cuerpo un poco raro y un G.I. Joe, a los que disparaba con el rifle. Culpo a la sociedad por ello.
Cuando no estaba haciendo algo que no debía, solía mirar por la ventana el paisaje escarchado y ver a los pájaros morir congelados.
En los veranos montaba bicicleta durante varias horas al día, imaginando mundos fantásticos en los que el helado era gratis y los perros no atacaban a los niños como yo que iban en bicicleta.
El período de mayor creatividad fue durante mis años en el mundo corporativo, donde cada reunión era como una cita para jugar con pacientes en coma. Durante las largas reuniones pretendía que prestaba atención mientras escribía códigos de computación en mi mente e imaginaba los apodos que le pondría a mi jefe cuando me ganara la lotería.
Años después, cuando Dilbert estaba en miles de periódicos, la gente con frecuencia me preguntaba si alguna vez me había imaginado que iba a ser tan afortunado. Normalmente, respondía que no porque era lo que esperaban. Pero la verdad es que siempre me imaginé todo lo que he logrado. Sin embargo, en mi imaginación también inventé un cinturón que me permitía volar y obtenía un permiso especial del Congreso para orinar como un pájaro donde yo quisiese. En cambio, me levanto cada mañana con la decepción de que tengo que llevar pantalones y caminar. La imaginación se las arregla para engendrar decepción.
Últimamente he empezado a preocuparme por qué no consigo aburrirme lo suficiente. Si veo la televisión, puedo pasar los comerciales. Si estoy esperando en la fila de una tienda, puedo revisar mi correo electrónico o jugar Angry Birds. Cuando corro en la cinta trotadora, escucho música en mi iPod. He eliminado el aburrimiento de mi vida.
Ahora, supongamos que las personas que son líderes e innovadores del mundo experimentan una falta similar de aburrimiento. ¿Qué cambio podría usted esperar de un mundo cuyos niveles de aburrimiento han descendido y, por lo tanto, también los de creatividad? Permítame describir ese mundo.
Para empezar, notará que la gente es más dogmática que de costumbre. Si usted no tiene ninguna forma de pensamiento creativo, lo más sencillo es adoptar por defecto las posturas de su partido político, religión o cultura. Ya lo vemos.
Puede que vea más películas que se parezcan a otras o sean secuelas. También vemos eso.
Puede que haya más reality shows y menos programas que sigan un guión. Ya es así.
Puede encontrar gente que parece casi incapaz de si quiera entender nuevas ideas. Así es.
Para ser sinceros, la economía tiene parte de la culpa en el descenso de la creatividad. Un estudio de cine puede ganar más dinero con una secuela que si apuesta por algo creativo. Una dinámica similar se aplica en cada industria. Y para ser justos, algunas veces las cosas parecen estar empeorando cuando en realidad sólo usted lo está notando más.
Aun así, vale la pena estar pendiente de la relación entre el desvanecimiento del aburrimiento y el vacío de innovación. Es el tipo de tendencia que podría literalmente destruir el mundo sin que nadie reparase en la misma raíz del problema. Una falta de creatividad siempre parece ser problema del otro. Si nadie inventa algo extraordinario pronto, podremos echarle la culpa a los impuestos, a la burocracia del gobierno o lo que sea que le estemos echando la culpa esta semana.
A lo que voy es que si se encuentra viendo una película titulada Qué pasó ayer Parte III, quizá sea un buen momento para vender todas sus acciones e invertir en oro.
—Adams es autor de la tira cómica Dilbert
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