Barry C. Smith, director del Instituto de Filosofía
Para la BBC
Si se fabrica un robot que se comporte igual que nosotros en todo aspecto, incluyendo el pensamiento, ¿tiene conciencia o es sólo una máquina hábil?, se pregunta el profesor Barry C. Smith, director del Instituto de Filosofía.
Los seres humanos están hechos de carne y hueso, una masa envuelta en un intrincado arreglo de tejido nervioso. Pertenecen al mundo físico de la materia y la causalidad, y sin embargo tienen una propiedad notable: de tanto en tanto están conscientes.
La conciencia le proporciona a criaturas como nosotros una vida interior: un reino mental en el que pensamos y sentimos, percibimos imágenes y sonidos, sabores y olores, según los cuales hemos llegado a conocer el mundo que nos rodea.
¿Cómo puede la mera materia provocar experiencias conscientes?
El filósofo francés del siglo XVII René Descartes pensaba que no podía. Él suponía que además de nuestra configuración física, criaturas como nosotros teníamos una mente no material, o alma, en la que se daba el pensamiento.
Para Descartes, la mente no material era excepcionalmente humana. Negaba que los animales tuvieran mentes. Cuando se quejaban, en su opinión no era más que aire escapándose de sus pulmones. Los animales eran sólo mecanismos.
Hoy en día, pocos niegan nuestra naturaleza animal o aceptan que todos los otros animales están desposeídos de consciencia. La idea de un alma inmaterial, además, hace difícil entender cómo el mundo mental puede tener algún efecto en el físico, por lo cual muchos filósofos contemporáneos rechazan la idea del dualismo mente-cuerpo.
¿Cómo algo que no existe en el mundo material puede mover nuestras extremidades y responder a estímulos físicos? Seguro que es el cerebro el responsable de controlar el cuerpo, así que debe ser el cerebro el germen de la consciencia y la toma de decisiones.
Y sin embargo, muchos de los mismos pensadores concordarían con Descartes en lo que se refiere a la consciencia de las máquinas y de su posibilidad de tener experiencias como los seres humanos.
Criaturas de carbón
Descartes también decía que así lográramos crear una muñeca mecánica inteligente que replicara todos nuestros movimientos y reacciones, no sería capaz de pensar pues no tendría el poder de la palabra.
Pero ya no podemos depender de su criterio para determinar cuáles seres pueden pensar. Hoy en día, las computadoras usan la palabra y el lenguaje sintetizado mejora todo el tiempo.
Fue el potencial de las computadoras de usar el lenguaje y responder apropiadamente a preguntas lo que llevó a Alan Turing, el matemático y descodificador de mensajes durante la guerra, a proponer un experimento para medir la inteligencia de las máquinas.
Turing se imaginó a una persona sentada en una habitación, comunicándose por vía de una pantalla de computador con otros dos en habitaciones distintas. La persona escribiría preguntas y recibiría respuestas, y si no era capaz de adivinar cuál de las dos era la máquina y cuál el ser humano, no tendría razón para no tratarlas igual.
Eso es lo que se conoce como la Prueba de Turing, y si la situación se organiza con cuidado, los programas de computador pueden pasarla.
La prueba original de Turing depende de no poder ver quién está enviando las respuestas a las preguntas, pero la robótica se ha desarrollado rápidamente en la última década y ahora vemos máquinas que se mueven y comportan como humanos.
¿Qué pasaría si ampliáramos el test e instaláramos un programa de computador en un robot con apariencia de ser humano? ¿Podrían el comportamiento adecuado y las respuestas apropiadas convencernos de que la máquina no sólo es inteligente sino también consciente?
En tal caso, habría que distinguir entre pensar que el robot tiene conciencia y que realmente la tenga.
El último misterio
Quienes estudian la consciencia de las máquinas están tratando de desarrollar sistemas autoorganizados que inicien acciones y aprendan de lo que los rodea. La esperanza es que si logramos crear o reproducir la consciencia en una máquina, podremos aprender qué es lo que hace posible que exista.
Los investigadores están lejos de hacer de ese sueño realidad y un gran obstáculo se levanta en su camino... necesitan una respuesta a la siguiente pregunta: ¿podrá una máquina basada en silicio alguna vez producir consciencia, o son sólo las criaturas hechas de carbón con nuestra configuración material las que puede producir los resplandecientes momentos tecnicolor de la experiencia consciente?
La pregunta es si la consciencia es más cuestión de lo que hacemos o de lo que estamos hechos.
La consciencia posiblemente sea el último misterio que le quedará a la ciencia, pero hasta cierto punto ha sido destronada del rol central que antes ocupaba en el estudio de lo mental.
Gracias a la neurociencia y la neurobiología, cada vez entendemos mejor que mucho de lo que hacemos es el resultado de procesos y mecanismos inconscientes.
Y eso le añade un giro a la historia: si lográramos producir un robot que se comporte como uno de nosotros en todos los aspectos, eso podría llevar a comprobar no tanto que el robot tiene conciencia sino cuánto podemos hacer sin tenerla.
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