Por Dave Kansas
Observar el frenesí que rodeaba la requerida oferta inicial pública de LinkedIn de dos semanas atrás, me trajo recuerdos de mi propia pequeña experiencia al estilo de LinkedIn durante la primera burbuja de Internet.
En 1996, me fui de The Wall Street Journal para unirme a Jim Cramer, Marty Peretz y un puñado de otras personas para construir algo llamado TheStreet.com.
Mientras los fundadores de LinkedIn disfrutan de las mieles de una salida a bolsa de alto perfil y muy comentada, probablemente se preguntan cuánto valen realmente sus acciones y cuando podrán venderlas.
Quienes trabajan en la empresa suelen tener un período de veda de seis meses antes de poder vender acciones. Eso es así para que el mercado no se inunde con acciones de la empresa justo después de salir a bolsa. Y eso significa que muchos empleados de LinkedIn están mirando el calendario. Sus acciones se cotizaron hasta en US$122,69 el día de apertura. Ya bajaron al rango de los US$80.
Una oferta popular, como la de LinkedIn, está rodeada de alboroto y los detalles de los meses siguientes son cubiertos de forma más episódica. Los inversionistas pasan a la siguiente oferta inicial pública del momento; la semana pasada, una empresa de Internet rusa, Yandex ("el Google ruso"), acaparó los titulares con una oferta candente. Sus acciones aumentaron 40% el día de apertura.
Con el éxito de LinkedIn y Yandex, otras empresas están negociando con abogados y banqueros para ponerse en la fila para su propia salida a bolsa. Los grandes nombres en espera incluyen a Facebook, por supuesto, pero también Groupon, Zynga y LivingSocial.
Cualquier cosa que pueda caer en la categoría de red social/Internet ahora luce atractiva. Pero como puede atestiguar mi propia experiencia, los mercados son inconstantes. Los banqueros hablan de "la ventana", lo que significa el período cuando el mercado tiene apetito ciertas salidas a bolsa. Las ventanas, por definición, se abren y se cierran.
Pero por hoy, los muchachos de LinkedIn contemplan algo más: una riqueza repentina. Y eso se aplica a los fundadores, con sus enormes participaciones, así como a muchos de los empleados sobre los que no se es escriben artículos. Tener acciones en una oferta inicial pública se siente como "dinero gratis", en especial para gente que pasó gran parte de su vida trabajando arduamente por un salario y una bonificación de vez en cuando.
En TheStreet.com tocamos la campana de apertura del Nasdaq el 11 de mayo de 1999. El Nasdaq no tiene un piso de corretaje real, es mercado completamente electrónico. Uno se para frente a una pantalla que dice "Nasdaq" y toca un botón a las 9.30 a.m.
La acción tenía un precio de US$19 la noche anterior, y esperamos varios minutos hasta esa primera operación. Nuestras acciones se cotizaron hasta en US$70 en el primer día y cerraron a US$60, dándonos un valor de mercado de US$1.400 millones.
Mi propia participación en la empresa ese primer día valía más de US$10 millones. Eso es mucho dinero, en especial para un periodista. Pero en perspectiva, no era tanto. Goldman Sachs encabezó nuestra oferta, y su grupo de clientes privados ofrecieron administrar activos ejecutivos. El mínimo en esa época: US$25 millones. Terminé con Merrill Lynch (sigo allí).
Incuso a medida que las acciones bajaban, mis amigos me consideraban el hombre de los US$10 millones. La gente escribía artículos sobre un periodista que se hacía rico (algo que no se supone que deba pasar). Mi universidad me pidió que me sumara a su Consejo de Visitantes. Organizaciones sin fines de lucro tenían un renovado interés en hablar conmigo. Mis antiguos colegas siguieron el precio de las acciones, y por ende mi riqueza a medida que bajaba lentamente. Su envidia extrema lentamente evolucionó en una satisfacción por el mal ajeno.
Me premié con una bicicleta de titanio nueva y una cama (hasta ese momento dormía en un sofacama). Salía a comer más seguido, viajaba con confort y probablemente debería haber comprado mejor ropa. También doné dinero para educación.
En tanto, mirábamos el calendario, esperando que pasaran los seis meses. Para cuando terminó la veda, las acciones valían unos US$14. Nunca hice las cuentas en ese momento, pero mi participación había bajado a alrededor de US$3 millones. Incluso en ese momento, no vendí. Sí lo hicieron nuestros inversionistas holandeses, lo cual probablemente debería haber sido una señal.
No hice las cuentas debido a que las cifras me ponían nervioso. Por momento, era difícil creer que nuestra compañía valía lo que decía el mercado o que nuestras acciones retendrían su valor. Pero como un firme creyente en los mercados, hice el mayor esfuerzo para entender el momento.
Mi único desatino fue comprar un apartamento en Manhattan precisamente en el momento equivocado. La compra dependía de que las acciones se mantuvieran por encima de US$6. Las acciones cayeron a menos de US$1 a fines de 2001. Vendí la propiedad, con ganancias.
Uno de los mayores desafíos de la riqueza repentina es la forma en que responde la gente, lo cual es algo que los de LinkedIn probablemente deben estar experimentando ahora.
Es difícil ignorar la idea de que la gente está interesada en hablar con uno debido al dinero, principalmente porque es cierto. De repente estaba reconectándome con amigos del colegio y pasando tiempo con nuevos conocidos.
Conservé la mayor parte de mis acciones luego de irme de TheStreet.com en julio de 2001. Eventualmente vendí lo que quedaba luego de regresar a The Wall Street Journal. No terminé con los más de US$10 millones que valía ese primer día de salida a bolsa. Pero me fue bien y no me quejo.
Sin embargo, extraño ese apartamento.
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