Por Amanda Gefter
Para la mayoría de nosotros, tomar cuidado de nuestra salud significa ir al médico. Cuanto más graves son nuestras preocupaciones, más especializado es el médico que buscamos. A menudo, nuestros cuerpos se sienten como un territorio extranjero y aterrador, y estamos contentos de dejar que alguien con una carrera de medicina nos guíe. Para la mayoría de nosotros, nuestro propio ADN nunca llega a nuestra lista de lecturas personales.
Los biohackers han empezado una misión para cambiar todo eso. Estos aficionados a la biología "hágalo usted mismo" quieren trasladar la biotecnología fuera de los laboratorios institucionales y hacerla entrar en nuestros hogares. Siguiendo los pasos de revolucionarios como Steve Jobs y Steve Wozniak, quienes construyeron el primer ordenador Apple en el garaje de Jobs, y Sergey Brin y Larry Page, quienes inventaron Google en el garaje de un amigo, los biohackers intentan realizar grandes proezas en ingeniería genética, desarrollo de fármacos, e investigación biotecnológica en laboratorios caseros improvisados.
En Biopunk, el periodista Marcus Wohlsen muestra la creciente marea del movimiento biohacker, que ha sido posible gracias a la convergencia de tecnologías más baratas y mejores. Por unos pocos cientos de dólares, cualquier persona puede enviar algo de saliva a una empresa de secuenciación de ADN y recibir un análisis completo, y seguidamente usar software libre para analizar los resultados. A través de algunas páginas web se puede comprar ADN por encargo y en Craigslist y eBay hay equipamiento de biotecnología disponible a precios asequibles.
Wohlson descubre que los biohackers, al igual que los programadores de código abierto y los hackers de software que aparecieron antes, están unidos por un profundo idealismo. Ellos creen en el poder de los individuos frente a los intereses corporativos, en la sabiduría de las masas en oposición a la firmeza de los expertos, y en el incentivo de hacer el bien para el mundo frente a la necesidad de obtener algún beneficio. Los bioaficionados no se dejan convencer por el elitismo científico y están inspirados por el éxito de la informática de código abierto, ellos creen que los individuos tenemos el derecho fundamental a la información biológica, que la difusión de las herramientas biotecnológicas a las masas acelerará el ritmo de progreso, y que los frutos de las ciencias biológicas deben ser entregados a las personas que más los necesitan.
Con toda su ingenuidad e idealismo, es difícil no estar a favor de los biohackers que Wohlsen entrevista. Tome por ejemplo la estudiante de posgrado del MIT, Kay Aull, quien construyó su propio kit de pruebas genéticas en su armario después que su padre fuera diagnosticado con la enfermedad de la hemocromatosis hereditaria. "La prueba de Aull no representa algo nuevo para la ciencia, sino una nueva forma de hacer ciencia", escribe Wohlsen. El autotest de Aull para la mutación causante de la enfermedad dio positivo.
O tome por ejemplo a Meredith Patterson, quien está intentado crear una forma barata y descentralizada de probar si una leche está intoxicada por melamina sin depender de los reguladores del gobierno. Patterson ha escrito un "Manifiesto Biopunk" que en parte clama: "La alfabetización científica permite a todos los que disponen de ella ser colaboradores activos de su propia salud, la calidad de sus alimentos, agua y aire, sus interacciones con sus propios cuerpos y el complejo mundo que les rodea. "
Los biohackers Josh Perfetto y Tito Jankowski crearon OpenPCR una máquina de reproducción de DNA barata y hackeable (PCR son las siglas en inglés para "reacción en cadena de la polimerasa", el nombre de un método de replicación del ADN). Los biohackers interesados pueden reservar una por poco más de 500 dólares o, una vez esté listo, descargar el modelo libre y crear la suya propia. Según el portal web, sus aplicaciones incluyen la secuenciación de ADN y una prueba para "comprobar que el sushi es de fiar". Jankowski "espera introducir a los jóvenes a las herramientas y técnicas de la biotecnología en una forma que convierte la modificación de genes en una parte de la tecnología cotidiana como los mensajes de texto," escribe Wohlsen. Jankowski, junto con Joseph Jackson y Eri Gentry, también fundó BioCurious, un laboratorio colaborativo para los biohackers en el área de la Bahía. "¿Tiene una idea para una startup? Únase al movimiento de aficionados, "biología de garaje" funde una empresa biotecnológica de la nueva generación", exhorta su página web.
El libro también trata de Andrew Hessel, un biohacker harto con el modelo de negocio en el sector biotecnológico, el cual Hessel cree que se basa en el acaparamiento de la propiedad intelectual y que lleva a las empresas a dar prioridad a la creación de medicamentos poco específicos que puedan aplicarse a un gran número de gente. "Durante los aproximadamente 60 años en que los ordenadores han pasado de consistir en una sala llena de tubos de vacío a los iPhones, el ritmo de desarrollo de los fármacos nunca se ha acelerado", le señala Hessel a Wohlsen. Con la esperanza de cambiar eso, Hessel está desarrollando la primera empresa de desarrollo de fármacos "hágalo usted mismo", la Pink Army Cooperative, cuyo objetivo es desarrollar virus a medida mediante la bioingeniería para luchar contra el cáncer de mama. "Terapias personalizadas creadas exclusivamente para usted. En un plazo de semanas o días, no años. Créaselo. Ha llegado la hora de una revolución", proclama la página web de la empresa. "Estamos intentando ser el Linux del cáncer", explica Hessel.
Por supuesto, algunas de estas posibilidades son aterradoras. Si los biohackers son capaces de diseñar organismos para curar enfermedades, sin duda también son capaces de diseñar organismos que les inflijan. Sin embargo, Wohlsen, no se muestra demasiado preocupado. La tecnología simplemente no ha llegado al punto necesario para que los biohackers puedan diseñar armas biológicas por las que valga la pena preocuparse, afirma él. No es sólo que la ingeniería genética sea innecesaria para cometer actos de bioterrorismo, escribe él, sino que también es una forma mucho más compleja de producir biotoxinas que otras disponibles. De hecho, el FBI ha expresado su interés en el uso de los biohackers aficionados como "centinelas en el frente de la bioseguridad".
Y, sin embargo, Wohlsen escribe, los biohackers aún no han producido ningún resultado realmente novedoso, y él no está convencido que lo hagan. "Ellos no conseguirán curar el cáncer cuando una empresa de once mil empleados y 80 mil millones dólares como Genentech ha fracasado hasta el momento. Tampoco mañana conseguirán crear la primera ameba artificial ni injertar alas en gatos de compañía", escribe Wohlsen. "La importancia real de los biotecnólogos aficionados podría no estar en un logro tecnológico en particular, sino en las provocadoras preguntas que plantean."
Wohlsen, mientras que simpatiza con los ideales de la biohackers, se mantiene neutral sobre los méritos de sus actividades. El escritor ofrece pocas opiniones propias, pero plantea las preguntas que tenemos que empezar a preguntar: ¿Cuál es el valor del conocimiento de los expertos en relación con la sabiduría de las multitudes? ¿Las leyes de propiedad intelectual hacen avanzar o retrasan el progreso científico? ¿Debería considerarse el acceso a la información sobre nuestros propios cuerpos como un derecho humano básico? ¿Cuánta supervisión normativa es justificada cuando se trata de juguetear con la vida? Y, en última instancia, ¿debería cualquier individuo poder realizar ciencia?
Personalmente, yo todavía preferiría tener un médico a cargo de mi salud que juguetear con ella yo mismo utilizando mi conocimiento parcial y herramientas improvisadas. Sin embargo, es divertido saber que esto último es posible. No voy a contener la respiración esperando que alguien encuentre la cura del cáncer en su garaje, pero me alegro de saber que hay gente por ahí que lo está intentando—y sería profundamente guay si lo consiguieran.
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