Por MICHAEL NIELSEN
En enero de 2009, Tim Gowers, un matemático de la Universidad de Cambridge, decidió hacer un inusual experimento social. Eligió un problema matemático difícil y trató de resolverlo en público, utilizando su blog para publicar ideas y su progreso. Asimismo, invitó a que otros contribuyeran con sus propias ideas, con la esperanza de que más mentes resultaran más poderosas que una. Denominó el experimento el "Polymath Project", o "Proyecto Polímata".
Varias horas después de que Gowers abriera su blog al debate, un matemático canadiense-húngaro publicó un comentario. Quince minutos más tarde intervino un maestro de matemática de una escuela secundaria de Arizona. Tres minutos después, comentó Terence Tao, matemático de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA). La discusión había comenzado y, apenas seis semanas después, el problema había sido resuelto.
Siguieron más retos y aunque los eruditos no siempre los han solucionado, han sido pioneros de un nuevo enfoque en la resolución de problemas. Su trabajo es un ejemplo de los experimentos en redes científicas que se llevan a cabo para estudiar de todo, desde las galaxias hasta los dinosaurios.
Tales proyectos usan tanto herramientas en Internet como recursos cognitivos para amplificar nuestra inteligencia colectiva. Las herramientas constituyen una manera de conectar a las personas adecuadas a los problemas adecuados en el momento adecuado.
Las redes científicas tienen el potencial de acelerar de manera dramática la tasa de descubrimiento a través de toda la ciencia. Puede que veamos el proceso diario de investigación científica cambiar de manera más fundamental en las próximas décadas que en los últimos tres siglos.
Sin embargo, existen grandes obstáculos para alcanzar esa meta. Aunque uno podría pensar que los científicos adoptarían enérgicamente las nuevas herramientas para realizar descubrimientos, iniciativas como el Polymath Project, sigue siendo la excepción.
Consideremos la idea de compartir información en línea. El ejemplo más conocido es el proyecto del genoma humano, cuyos datos pueden ser descargados por cualquier persona. Cuando uno lee en las noticias que un gen determinado se asocia con una enfermedad en particular, puede estar casi seguro de que el hallazgo se hizo posible gracias a la política de datos abiertos del proyecto.
Aun así, la mayoría de los laboratorios no hace ningún esfuerzo sistemático por compartir datos con otros científicos. ¿Por qué?
Si un científico postula a un empleo o una beca, el factor determinante de su éxito serán sus publicaciones científicas. Si no cuenta con ellas, tendrá un problema. Por lo tanto, dedicará horas de trabajo a tareas que faciliten la publicación de sus artículos en revistas científicas.
Incluso, si piensa que sería mucho mejor para la ciencia en su conjunto si colabora y comparte sus datos en línea, eso le restará tiempo a su trabajo "real" de redactar artículos.
Si las redes científicas fueran a alcanzar su potencial, los investigadores tendrían que apoyar y recompensar el intercambio abierto de todas las formas de conocimiento, y no sólo las tradicionales publicaciones del rubro. La ciencia debe ser abierta, pero ¿cómo?
Un punto de partida sería que agencias del gobierno que financian proyectos trabajen con los científicos para desarrollar requisitos para el intercambio abierto de conocimiento que es descubierto con fondos públicos. Las agencias también deberían pedirles a los científicos otros tipos de pruebas de sus aportes en sus campos —¡y no sólo artículos!— cuando solicitan dinero.
Tenemos una oportunidad grandiosa de reinventar el descubrimiento mismo, pero para lograrlo debemos primero adoptar el libre intercambio de conocimiento.
—Adaptado de 'Reinventing Discovery: The New Era of Networked Science', un libro de Nielsen, pionero en la computación cuántica.
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