Por SOPHIA HOLLANDER y MELANIE GRAYCE WEST
Después de la escuela, algunos niños toman clases de danza, piano o fútbol. Una vez por semana, Gillian y Hunter Randall, quienes viven en Nueva York, suman a la lista una actividad inusual: lecciones de cómo dar la mano.
Se trata de una clase impartida por SocialSklz:-), una empresa fundada en 2009 para abordar el deterioro de las habilidades sociales en la era de iPhones, Twitter y Facebook.
"Es difícil tener una conversación de verdad. ¿Y sabe qué? En parte es mi culpa", dice Lisa LaBarbera, madre de los hermanos Randall, e indica que tanto su hija de 10 años como su hijo de 8 tienen sus propios iPods Touch y consolas de videojuegos portátiles. "Consigues que te dé el (síndrome del) túnel carpiano, pero no mejoras tus habilidades de comunicación".
Así, el simple hecho de hablar naturalmente con otros seres humanos es una de las varias responsabilidades tradicionales que algunos padres comienzan a poner en manos de terceros especializados.
Otro programa, Little Givers, una clase preescolar que enseña caridad y activismo social, presenta a los infantes de Nueva York quiénes han dominado el arte de compartir cómo abordar un nuevo reto: la filantropía.
Para quienes siguen la tendencia, las clases son una manera práctica para padres ocupados y con frecuencia adinerados para inculcar valores importantes en la vida de sus hijos.
"Nunca es demasiado temprano para comenzar a introducir conceptos que ojalá [los niños] vean y practiquen a lo largo de sus vidas", señala Debra Sapp, cofundadora de Little Givers.
Sin embargo, algunos expertos cuestionan la contratación de profesionales para impartir habilidades sociales básicas.
"Durante años, los niños han crecido haciendo eso con sus padres y hermanos", sostiene Michael Rich, director del Center on Media and Child Health, en el Children's Hospital, en Boston. Asimismo, añade: "En última instancia, es bueno que la gente piense en hacerlo. Lo que me preocupa es que puede que estemos tercerizando demasiado".
El programa de filantropía de Little Givers, que cuesta US$297 y consiste en nueve clases, se expandiría, con el objetivo de desarrollar un producto que pueda ser ofrecido con licencia a escuelas y clubes de jóvenes de toda la ciudad. Sus fundadores dicen que los padres no están abdicando la responsabilidad por el hecho de matricular a los niños en sus clases.
"Uno puede empezar exponiendo a sus hijos a esto y luego puede continuar en su casa", opina la otra cofundadora, Jaimee Schultz.
SocialSklz:-) fue fundada por Faye Rogaski, profesional de marketing y relaciones públicas, luego de que diera una clase en la Universidad de Nueva York y notara que sus estudiantes tenían problemas para hacer contacto visual, dar la mano con firmeza y mantener una adecuada interacción con los profesores.
La enseñanza de habilidades sociales "sería la lección más valiosa que podría dejarles", dice Rogaski. "Vi una necesidad imperiosa".
Rogaski ofrece ahora desde talleres de un día por US$150 hasta un programa de 12 semanas por US$540, con clases para niños desde los 4 años de edad. Enseña habilidades tan variadas como invitar a otro niño a jugar en casa, hablar por teléfono y mantener una conversación.
Hace poco, cinco estudiantes se sentaron en una habitación y practicaron llamar a la casa de un amigo para concertar una cita para ir a jugar. Sorprendidos, los receptores de las llamadas terminaban las conversaciones de manera abrupta, sin siquiera decir "chao".
No todos los padres señalan que sus hijos están aturdidos por los iPhones. Algunos de ellos dicen haberlos matriculado porque no se sentían capaces de proporcionarles las lecciones por sí mismos.
Cuando Ramón Severino, de 32 años, comenzó a trabajar como portero en Manhattan, quedó fascinado por la forma en que los padres interactuaban con sus hijos. Pronto se dio cuenta de que "si uno quiere conseguir un empleo, si quiera trabajar aquí, esta es la forma en que se supone que se habla con la gente, en que se supone que hay que vestir", afirma. Y añade: "Yo me sorprendí, quiero que mi hija sea así".
Severino inscribió a su hija Mercedes, de 7 años, para una clase de dos días con Rogaski. "Dado que vivo en un vecindario pobre, quiero mostrarle que hay un lugar mejor si estudia mucho", explica Severino, que redujo su gasto en televisión por cable y teléfono celular para poder costear la clase, al igual que una escuela privada. Y dice que funcionó.
"Ella ahora tiene algunos modelos", asegura. "Aprendió algunas cosas que yo no podía enseñarle".
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