Por ALEXANDRA ALTER
Un lector promedio demora apenas siete horas en leer el último libro de la trilogía Los juegos del hambre de Suzanne Collins en el lector de libros electrónicos Kobo, lo que equivale a unas 57 páginas por hora. Cerca de 18.000 usuarios del Kindle, el lector de libros electrónicos de Amazon.com, han subrayado la misma oración del segundo libro de la serie. Lo primero que hacen los dueños de un Nook, el aparato de la cadena de librerías Barnes & Noble Inc., cuando terminan de leer la primera entrega es descargar la siguiente.
Hasta hace poco, las editoriales y los autores no tenían manera de saber qué pasaba cuando una persona se sentaba a leer. ¿Acaba el libro ahí mismo o lo abandona en la tercera página? ¿La mayoría se salta la introducción o la lee con detenimiento, subraya pasajes y hace anotaciones en los márgenes?
Ahora, los libros electrónicos ofrecen un vistazo a la historia detrás de las cifras de ventas, al revelar no sólo cuánta gente compra ciertos libros, sino con qué devoción los leen.
Durante siglos, la lectura ha sido un acto solitario y privado, un intercambio íntimo entre el lector y las palabras de una página. Pero el ascenso de los libros digitales ha producido un cambio profundo en la manera en que leemos, al transformar la actividad en algo cuasi público que se puede medir.
Las principales empresas de libros electrónicos —Amazon, Apple y Google— pueden rastrear con facilidad el avance de las lecturas, cuánto tiempo demoran las personas en acabar un libro y qué términos de búsqueda usan para encontrar textos. Aplicaciones de libros para tabletas como el iPad, Kindle Fire y Nook registran cuántas veces los lectores inician una lectura y cuánto tiempo le dedican. Los minoristas y algunas editoriales están empezando a rastrear la información, lo que les ofrece un entendimiento sin precedentes de cómo la gente se involucra en la lectura.
Las editoriales han estado rezagadas del resto de la industria del entretenimiento a la hora de medir los gustos y los hábitos de los consumidores. Los productores de televisión recurren a focus groups y los cineastas a una serie de pruebas que evalúan las reacciones de la audiencia. Pero en el mercado de los libros, la satisfacción del lector ha sido siempre medida por datos de ventas y reseñas, parámetros que ofrecen una lectura post mórtem pero sin dar forma o predecir un éxito de ventas. Eso ha empezado a cambiar a medida que las editoriales y las librerías emplean la nueva información, y más compañías de tecnología buscan satisfacer las necesidades de las editoriales.
Barnes & Noble, que posee entre 25% y 30% del mercado de libros electrónicos, recopila y estudia datos recogidos del Nook que revelan, por ejemplo, hasta qué parte de un libro llegan los lectores, qué tan rápido leen y cómo los seguidores de ciertos géneros se involucran con sus libros. Jim Hilt, subdirector de libros electrónicos de la compañía, dice que la empresa ha empezado a compartir sus hallazgos con editoriales para ayudarlas a crear libros que capten mejor la atención del público.
Es mucho lo que está en juego para Barnes & Noble, cuyas ventas de libros electrónicos crecieron 119% en su último año fiscal. En total, dispositivos Nook y libros electrónicos generaron US$1.300 millones frente a US$880 millones en el año previo. Microsoft pagó hace poco US$300 millones por una participación de 17,6% en Nook.
La información, que se concentra en grupos de lectores, no en individuos, ya ha ofrecido datos útiles. Algunas conclusiones confirman lo que los minoristas ya deducían de las listas de los libros más vendidos. Por ejemplo, los usuarios de Nook que compran el primer libro de una serie popular, como Cincuenta sombras de Grey, de E L James, tienden a devorar todos los libros de la saga, casi como si estuvieran leyendo una sola novela.
Según los datos provistos por Nook, los libros de no ficción tienden a ser leídos paulatinamente mientras que las novelas usualmente se acaban rápidamente, los libros de no ficción, particularmente los largos, suelen ser abandonados primero. Los aficionados a la ciencia ficción, el romance y crímenes de ficción tienden a leer más libros más rápidamente que los lectores de ficción literaria y terminar la mayoría de los libros que empiezan.
Estos hallazgos ya están moldeando los tipos de libros que Barnes & Noble vende en su lector electrónico. Hilt dice que cuando descubrieron que los lectores suelen abandonar libros largos de no ficción, la empresa comenzó a buscar formas de involucrar a lectores en libros de no ficción y trabajos periodísticos extendidos. Para ello lanzó las "Nook Snaps", publicaciones cortas sobre temas que van desde la religión hasta el movimiento Ocupar Wall Street.
Determinar el momento en que los lectores se aburren podría también ayudar a las editoriales a crear ediciones digitales más entretenidas, al incluir un video, un enlace a la web u otras funciones multimedios, sostiene Hilt. Las editoriales también podrían determinar cuándo una serie está perdiendo atractivo si quienes compraron y terminaron los dos primeros libros de pronto tardan o dejan de comprar los siguientes.
"La mayor tendencia que estamos tratando de definir es cuándo un lector abandona un libro y qué pueden hacer las editoriales para evitarlo", dice Hilt. "Si podemos ayudar a los autores a crear incluso mejores libros de los que escriben ahora, todos saldremos ganando".
Algunos escritores han acogido bien los nuevos métodos. Scott Turow, autor de novelas como Presunto culpable, dice que la incapacidad de la industria para estudiar su audiencia siempre lo ha frustrado. "Si puedes descubrir que un libro es muy largo y que tienes que ser más riguroso en su edición, a mí personalmente me encantaría recibir esa información", señala.
Otros autores temen que la importancia de los datos desaliente los riesgos creativos que producen la gran literatura. "Lo bueno de un libro es que puede ser excéntrico, tan largo como necesite serlo y es algo en lo que el lector no tiene injerencia", argumenta Jonathan Galassi, presidente y editor de la editorial Farrar, Straus & Giroux. "No vamos a cortar Guerra y Paz solo porque alguien no la acabó".
Amazon, que tiene una ventaja porque es minorista y editorial, tiene mucho que ganar con la información que recopila de los hábitos de lectura de sus clientes.
No es un secreto que Amazon y otros minoristas de libros electrónicos revisan y almacenan información detallada de qué libros se compran y se leen. Lo usuarios del Kindle firman un acuerdo que le otorga a la empresa permiso para almacenar información del aparato, incluida la última página que ha leído, además de sus anotaciones y subrayados. Amazon puede identificar qué pasajes de libros digitales son populares y compartir parte de esa información en su sitio web.
"Lo vemos como la inteligencia colectiva de toda la gente que lee con el Kindle", dice Kinley Pearsall, vocera de Amazon.
Algunos defensores de la privacidad dicen que los usuarios de lectores electrónicos deberían estar protegidos de tecnología que registra sus hábitos. "Existe un ideal social de que lo que uno lee no debería incumbirle a nadie", dice Cindy Cohn, directora legal de Electronic Frontier Foundation, un grupo sin fines de lucro. "En este momento no hay forma de decirle a Amazon que quieres comprar sus libros pero que no quieres que rastree lo que estás leyendo".
Amazon no quiso comentar sobre cómo analiza y usa la información que recoge del Kindle.
La transición a los libros digitales ha producido una carrera a muerte entre nuevas empresas de tecnología que buscan monetizar la enorme fuente de datos que representan los lectores electrónicos y aplicaciones. Nuevos servicios que permiten a los consumidores comprar y almacenar libros en una biblioteca digital y leerlos en distintos aparatos tienen algunos de los programas de software de rastreo de hábitos más sofisticados.
Copia, una plataforma de lectura digital con 50.000 suscriptores, recopila información demográfica y de lectura detallada, incluida la edad, el género y la educación del consumidor que compró un libro, así como cuántas veces lo descargó, abrió y leyó, y comparte los datos con las editoriales. La información es agrupada para no identificar lectores individuales.
Kobo, que fabrica aparatos de lectura digital y opera un servicio que almacena 2,5 millones de libros y cuenta con más de ocho millones de usuarios, ha empezado a analizar cómo los lectores en su conjunto se involucran con libros específicos y géneros. La compañía rastrea cuántas horas pasan con un libro y hasta dónde llegan.
Algunas editoriales ya están tanteando audiencias con ediciones digitales de libros antes de publicarlos en papel. Sourcebooks, una editorial que publica alrededor de 250 libros al año, ha lanzado ediciones electrónicas de media docena de títulos y solicitado preguntas y sugerencias a los lectores. A la larga, las contribuciones de los lectores serán incorporadas en las versiones impresas.
Pocas editoriales han llevado el experimento tan lejos como Coliloquy. Sus libros digitales, que están disponibles en el Kindle, Nook y lectores electrónicos que usan el sistema operativo Android, ofrecen un formato que le permite al lector decidir sobre los personajes y las tramas. Los ingenieros de la compañía recopilan y agrupan las selecciones de los lectores y las comparten con los autores, que pueden ajustar las historias de sus próximos libros según las preferencias de la audiencia.
"Queremos ofrecer un mecanismo de retroalimentación que no existía antes entre autores y lectores", manifiesta Waynn Lue, un ingeniero en computación y ex empleado de Google, uno de los fundadores de Coliloquy.
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