Por JOSEBA ELOLA, El Pais de Madrid
"Somos una legión, no perdonamos, no olvidamos, espéranos. Anonymous". Así es como cierra sus anuncios y comunicados este movimiento sin líderes y sin portavoces, con voz pero sin cara. O más bien con máscara: la del anarquista revolucionario de V de Vendetta, la novela gráfica de Alan Moore. Hoy es el símbolo de un movimiento ciberactivista que no se anda con chiquitas. La semana pasada colapsaron las webs oficiales de Túnez, tras la inmolación de un joven de 26 años. Tomaron la web del partido irlandés Fine Gael. Atacaron a la Sociedad General de Autores y Editores española y a los partidos políticos del país al hilo de la ley antidescargas. Hace un mes le metieron mano a Visa, Mastercard, PayPal y Amazon, las empresas que dieron la espalda a Wikileaks.
Anonymous está en su momento. Su gente está motivada.
Woolwich, a 45 minutos del centro de Londres, exteriores de la Real Corte de Justicia. Acaba de comparecer Julian Assange, fundador de Wikileaks; es 11 de enero y una treintena de activistas se manifiestan en apoyo de su nuevo héroe. Entre ellos, Magnonymous, de 22 años que oculta su cara tras la máscara de V de Vendetta. "Nos opondremos a cualquier violación de derechos humanos, a cualquier ataque del Gobierno. Si esto sigue así, la revolución será la única opción".
Magnonymous es uno más, no es portavoz de nadie y menos de un movimiento que no quiere portavoces como se apresuran a decir en Anonymous. Le pidió el día libre a su jefe para venir a manifestarse a este lejano juzgado, la corte a la que traen casos en que es preciso mantener a la prensa y al público a raya (el lugar donde fueron juzgados los terroristas de los atentados de Londres de 2005). "No somos miembros de ningún grupo político, no somos políticos, somos activistas. Me ofendería si me adscribieran a cualquier corriente política".
Entender el universo Anonymous no es cosa fácil. El fenómeno es el perfecto reflejo de la nueva sociedad que nació tras la revolución digital. Sus miembros consideran más que superada la vieja dialéctica izquierda-derecha. Total, qué más da que gobiernen el centro-izquierda o el centro-derecha, todos van a hacer lo mismo, todos están al servicio de los grandes bancos y las grandes empresas. La nueva dialéctica: estar a favor del ocultamiento o de la transparencia. Una de dos.
No todos los miembros de Anonymous son hackers. Esos son una minoría del colectivo. La mayoría son ciberactivistas que participan en la conversación online y, ocasionalmente, en la protesta en la calle. En torno a unos 1.000 integrantes, según la experta Gabriella Coleman, ponen sus ordenadores para ataques contra webs.
Los DDoS son el arma que los ciberactivistas tienen más a mano. Consisten en mandar simultáneamente, de forma orquestada, miles de peticiones a un servidor para que colapse. Así ocurrió el 8 de diciembre con Mastercard.
El FBI está tras sus pasos. Un joven holandés de 16 años fue arrestado poco después de estos ataques en su casa de La Haya. Admitió que haber participado y fue puesto a disposición judicial. "Admitir que participaste no es muy inteligente", explica Philter, estudiante de 19 años y miembro de Anonymous. "El chico tenía 16 años y se asustó, era bastante inexperto, no tomó las suficientes precauciones".
Hablar con la gente de Anonymous no es fácil. Desconfían de los periodistas y de que sus comunicaciones estén intervenidas. Para ellos los medios tradicionales ayudan a mantener el status quo. Que diarios como El País de Madrid o The Guardian hayan participado en la difusión de cables de Wikileaks supuso, explica Hamster, informático londinense de 26 años, un plus de credibilidad para quienes hasta ahora eran poco apreciados.
Cualquiera que intente destacar un poco entre los Anonymous es automáticamente rechazado por la comunidad. Así ocurrió en Londres en diciembre con Coldblood, quien dio la cara ante los medios en los días del proceso a Assange. "Coldblood ha sido condenado al ostracismo", confirma Hamster, miembro de Anonymous desde 2008.
Hamster sorbe su café con caramelo en un céntrico local de Oxford Street. Su iPad está desplegado en la mesa y es chequeado continuamente, respondiendo a las preguntas pero desviando constantemente su mirada hacia la pantalla. Muestra una foto de la habitación de su casa: un ordenador, cuatro pantallas. "Así puedes estar atento a varias cosas a la vez", y suelta una entrecortada sonrisa.
Hay cerca de 33.000 personas registradas en whyweprotest, la web en la que los miembros de la comunidad intercambian ideas e iniciativas. "Los más agresivos son la gente de Anonops, yo soy menos agresivo". Hamster se unió a Anonymous a principios de 2008. Lo hizo a poco de abandonar la Iglesia de la Cienciología, uno de los grandes enemigos del movimiento. "Me di cuenta de que no me ayudaban para nada. Lo único que hacen es convertirte en un idiota y manipularte".
Destapar los secretos de una organización secretista, sostiene, se convirtió en el primer gran desafío de Anonymous. En febrero de 2008, los miembros que se reunían en la Red desde sus casas trasladaron sus protestas a la calle, a la "vida real". Hubo manifestaciones en Londres, Ámsterdam, Berlín, Sidney. "Fue cuando más gente de Anonymous he visto en la calle", reconoce Hamster.
PayPal. Visa. Mastercad. Amazon. PostFinance. La web de la fiscalía sueca, la del partido irlandés Fine Gael, las del régimen tunecino. No hay fronteras para Anonymous. "Si hubiera una revolución", dice Hamster, "Internet nos proporcionaría la tecnología".
Números ocultos
Según miembros de la organización, solo en España hay entre 1.000 y 2.000 personas formando parte de Anonymous en diferentes niveles de compromiso. Unos 500 participaron del ataque a la ley antidescargas; la convocatoria se redactó en 15 idiomas.
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