Por NICHOLAS CARR
Hace poco le di un vistazo al futuro de los libros. Hace unos meses, desempolvado un puñado de viejos ensayos que había escrito sobre innovación, los combiné en un solo documento y subí el archivo al servicio de publicación directa del Kindle de Amazon. Dos días después, mi pequeño libro electrónico estaba a la venta en el sitio de Amazon. El proceso no podría haber sido más simple.
Luego tuve la necesidad de cambiar un par de oraciones en uno de los ensayos. Realicé las ediciones en mi computadora y volví a enviarle el archivo revisado a Amazon. La compañía cambió rápidamente la versión vieja por la nueva. Yo me sentí un poco culpable por cambiar un libro luego de que hubiera sido publicado, al saber que distintos lectores verían distintas versiones de lo que parecía ser la misma edición. Pero también sabía que los lectores no sabrían de las alteraciones.
Un libro electrónico, me di cuenta, es muy diferente a su versión impresa. Las palabras en el último se mantienen donde están. En el primero, las palabras pueden seguir cambiando, a voluntad del autor o cualquier otra persona con acceso al archivo. La maleabilidad sin fin de la escritura digital promete derribar muchas de nuestras asunciones sobre la publicación de libros.
Cuando Johannes Gutenberg inventó la imprenta de tipo móvil hace medio milenio, también nos dio el texto inamovible. Antes de Gutenberg, los libros era redactados a mano por los escribas, y no había dos copias que fueran exactamente iguales. Con la llegada de la prensa, miles de copias idénticas podían entrar al mercado de forma simultánea.
Más allá de darles a los escritores elocuencia, lo que la historiadora Elizabeth Eisenstein llama "fijeza tipográfica" sirve como un preservativo cultural. Ayudó a proteger documentos originales de la corrupción, lo que aportó una base más sólida para escribir la historia. Estableció un registro confiable de conocimiento y promovió la ciencia. Las cualidades de preservación de los libros escritos, sostiene Eisenstein, podría ser el legado más importante de la invención de Gutenberg.
Una vez digitalizada, una página de palabras pierde su fijeza. Puede cambiar cada vez que es actualizada en una pantalla. La página de un libro se convierte en algo como una página web, editable infinitamente luego de ser subida por primera vez. No hay límites tecnológicos sobre la edición perpetua, y el costo de alterar el texto digital es básicamente nulo. Cuando los libros electrónicos desplazan a los de papel, el tipo móvil parece estar destinado a ser reemplazo por el texto movible.
Esa es una novedad atractiva de muchas formas. Facilita a los escritores la corrección de errores y la actualización de datos. Las guías de viaje ya no enviarán a los viajeros a restaurantes que hayan cerrado o a posadas en su momento encantadoras que se han convertido en pocilgas. Las instrucciones en manuales siempre serán precisas. Los libros de referencia nunca quedarán anticuados.
Incluso los autores literarios se verán tentados a mantener frescos sus textos. Los historiadores y biógrafos podrán revisar sus trabajos para incluir eventos nuevos o documentos descubiertos recientemente. Los polemistas podrán reforzar sus argumentos con nueva evidencia. Los novelistas tendrán el poder de eliminar incluso anacronismos pequeños que pueden desactualizar una historia recién publicada. Pero también, los gobiernos autoritarios podrán hacer cambios en libros para que cuadren con sus intereses políticos. El texto móvil es un muy mal preservativo.
Ese tipo de abusos pueden prevenirse a través de leyes y protocolos de software. Lo que puede ser más insidioso es la presión de alterar libros por motivos comerciales. Debido a que los lectores electrónicos recolectan una gran cantidad de información detallada sobre la forma en que lee la gente, las editoriales pronto podrían verse inundadas de investigaciones de mercado. Sabrán la rapidez con la que los lectores leen distintos capítulos, cuando saltean páginas, y cuando abandonan un libro.
La promesa de mayores ventas y ganancias hará que sea difícil resistir la tentación de cambiar un texto en respuesta a ese tipos de señales. La idea de un libro como un objeto terminado y completo se perderá, o al menos se diluirá.
—Carr es autor del blog www.roughtype.com
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