Por Clemente Álvarez / Ecolaboratorio / El País
¿Cuánta gente tiene en su casa una taladradora eléctrica para hacer agujeros en la pared? Según Rachel Botsman, coautora del libro ‘What's mine is yours: The rise of collaborative consumption’, por lo general un ciudadano corriente utiliza esta máquina unos 12-13 minutos en toda su vida. No es mucho. Aunque, si lo pensamos bien, nuestras casas están llenas de objetos que realmente vamos a usar muy poco. Frente a la acumulación de bienes en propiedad en las sociedades ricas, son cada vez más los que, como Botsman, defienden volver a unconsumo colaborativo: por ejemplo, compartir la taladradora entre varios o cambiarla en Internet por algo diferente cuando dejemos de necesitarla. Este tipo de consumo colaborativo, que puede adoptar formas muy distintas, fue seleccionado por la revista TIME en 2011 como una de las diez ideas que cambiarán el mundo.
Ordenadores, teléfonos móviles, robots de cocina, libros, cámaras de fotos, zapatos… ¿Alguien se ha detenido a contar cuántas cosas poseemos hoy en día? En WWF Francia estiman que en la actualidad tenemos de 3.000 a 4.000 objetos en nuestros hogares, 15 veces más que nuestros abuelos. El dato viene de otro libro, este en francés, ‘Il y aura l'âge des choses légères: design et développement durable’, del ecodiseñor Thierry Kazazian.
Quienes más saben de esto también son los que se dedican justamente a cargar con todas estas cosas de un lado para otro. Según la empresa de mudanzas Zarza, las cantidades varían mucho de una casa a otra, pero hoy en día una familia española corriente puede mover con ella unos 30-40 m3 de pertenencias. Esto son unas 60- 100 cajas, aparte de muebles. Aunque pueden ser bastantes más bultos si en la casa hay muchos libros, vajillas, juguetes…
“Algún día miraremos al siglo XX y nos preguntaremos por qué poseíamos tantas cosas”. De esta forma comienza Bryan Walsh su artículo en TIME sobre el consumo colaborativo. ¿De verdad se acabarán generalizando en el XXI estas otras formas de consumir más sociales? Desde luego, en los últimos años se han producido algunos cambios relevantes.Internet y la cultura digital han supuesto una ruptura en la forma en que se consume: en la Red los usuarios están más acostumbrados a compartir que a poseer y tampoco es necesario tener ya físicamente una obra para disfrutar de música, cine, libros... No es tan importante ser propietario como tener el acceso. Además, la tecnología permite estar ahora todos conectados, lo que facilita el intercambio y la colaboración. Y luego, claro, están las lecciones de la Gran Recesión: las consecuencias del endeudamiento de las familias para comprar una vivienda, los límites de un sistema basado en no dejar de consumir...
Hoy en día son muchas las formas distintas que puede adoptar este nuevo consumo colaborativo. Como explicó Botsman en una charla TED, todas ellas se pueden agrupar entres tipos distintos (se le pueden poner subtítulos en español al vídeo):
-El mercado de redistribución: Pongamos que tenemos algo que ya no nos sirve, con Internet resulta sencillo tratar de vendérselo a otra persona, cambiarlo por otro objeto que nos sea más útil o incluso regalarlo. Como incide Botsman en el vídeo, es una forma de alargar la vida de los objetos, de aplicar las 5 “R”: ”: reducir, reutilizar, reciclar, reparar y redistribuir.
-El estilo de vida colaborativo: Consiste en intercambiar recursos, ya sean dinero, habilidades, alojamiento… Los centros de ‘coworking’ permiten compartir oficina. El ‘couchsurfing’ se basa en crear comunidades de gente dispuesta a acoger a otros usuarios en su casa cuando viajan. Los bancos de tiempo intercambian tiempo, es decir, cruzan servicios o favores que requieren de tiempo para llevarlos a cabo. El ‘landshare’ es un sistema para poner en contacto a gente que quiere cultivar con otros que tienen un terreno donde hacerlo. También relacionado con el espacio, se puede compartir plaza de aparcamiento o un sitio donde guardar cosas. Hay muchos más ejemplos para intercambiarcasa en vacaciones, colaborar en la financiación de proyectos creativos (‘crowdfunding’), intercambiar herramientas entre vecinos…
-El servicio de producto: Se trata de comerciar con servicios, no con productos. Uno no compra una lavadora, sino que paga por un lavado en la lavandería. No paga por llevarse una bicicleta a casa, sino por el derecho a utilizar las de un sistema público. Esto se podría aplicar a muchas otras cosas que en realidad pasan mucho más tiempo apagadas que encendidas: como la taladradora de antes. O un coche. En París, ya ha comenzado a funcionar el sistema de alquiler de coches eléctricos similar al de las bicicletas (Autolib). ¿Es tan imprescindible hoy en día tener un coche en propiedad? Lo cierto es que la posesión de un automóvil propio implica muchos más costes que pagar el carburante (calculadora del coste de tener coche).
Algunas de estas formas de consumo colaborativo tienen claras ventajas ambientales: como compartir automóvil para un mismo trayecto. Por lo general, parece lógico también pensar que se reduce el impacto cuando lo que se intercambian son objetos o máquinas (al evitar tener que fabricar otros artículos iguales y optimizar el uso de recursos). Sin embargo, esto no tiene que ser así necesariamente.
En un post anterior sobre los sistemas de consumo basados en servicios se explicaba que el compartir una taladradora o un cortacésped no siempre resulta mejor. Como constatóla investigadora Oksana Monte, en su tesis doctoral en el International Institute of Industrial Environmental Economics de la Universidad de Lund (Suecia), sí se produce un impacto menor cuando se comparten estas máquinas entre vecinos de una zona residencial, pero en algunos escenarios de alquiler en puntos más alejados las emisiones de CO2 eran mucho mayores por los muchos desplazamientos para recogerlas y devolverlas. Así pues, el impacto real de estos sistemas va a depender especialmente del diseño y de la eficiencia de la red.
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