Por BRAD REAGAN
Al igual que muchos escritores culinarios populares, Gary Taubes recibe numerosos correos electrónicos sobre su trabajo y no le llamó mucho la atención cuando hace dos años le llegó un comentario de cinco líneas acerca de un podcast que había difundido la semana anterior. Firmaba simplemente "John."
Le interesaba el argumento de Taubes de que la mayoría de los estudios científicos sobre la obesidad tienen fallas garrafales o no son concluyentes. Taubes postula que hay que hacer un experimento exhaustivo capaz de responder algunas preguntas clave acerca de la forma en que nuestros organismos procesan los alimentos. El problema es que un estudio de tal magnitud es inmensamente caro. "De lo poco que sé sobre la ciencia de la nutrición, su estudio tiene mucho sentido", escribió el oyente, quien agregó que estaba a cargo una fundación abocada a temas de políticas públicas.
Taubes vio que el nombre completo que aparecía en el e-mail era John Arnold. Una rápida búsqueda en GoogleGOOG -1.07% arrojó el nombre de un operador de contratos de gas natural en Enron que posteriormente formó un fondo de cobertura. El fondo era apenas conocido en Houston, desde donde operaba, pero sus megaretornos lo habían vuelto legendario entre los fondos de cobertura.
Taubes le pasó el nombre a Peter Attia, un doctor con quien había fundado una organización sin fines de lucro dedicada a la nutrición. Attia recuerda que cuando llamó para concertar una reunión con Arnold, la respuesta fue: "Primero deme los nombres de 20 expertos de primer nivel en el rubro, la mitad de los cuales piensa que está loco". Unas semanas después, se encontró en la oficina de Arnold en Houston y rápidamente se dio cuenta de que el gestor de fondos y su equipo habían hablado con la mayoría de los expertos, si no es que con todos, en la lista que les había provisto. Y otra cosa: aunque de aspecto juvenil, Arnold no bromeaba acerca de lanzar un estudio sobre la obesidad. Quería saber qué se podría lograr si los mejores científicos se reunieran y tuvieran recursos ilimitados a su disposición.
Arnold había acumulado una fortuna estimada en US$4.000 millones en los últimos diez años. Aunque en ese momento no lo había anunciado, había decidido donar casi todo. En octubre de 2012, cerró su fondo de cobertura, Centaurus Energy, y se retiró.
Taubes y Attia, sin embargo, descubrieron que Arnold y su esposa, Laura, tienen un enfoque particular hacia las obras benéficas. La mayoría de los multimillonarios financian causas de las que han sido parte, como los hospitales donde se trataron o las universidades a las que asistieron. También hay personas que realizan donaciones para satisfacer una necesidad de una comunidad, como la alimentación o la educación. Los Arnold, en cambio, quieren hacer algo distinto y a una escala mayor. John dice que la meta es realizar cambios "transformadores" en la sociedad.
La pareja quiere ver si puede usar su dinero para resolver algunos de los mayores problemas mediante el análisis de datos y la ciencia, con una concentración exclusiva en los resultados y una aversión a los proyectos que no pueden ser cuantificados. Ningún tema es demasiado ambicioso. Además de la obesidad, los Arnold planean incursionar en la justicia penal y la reforma del sistema de pensiones en Estados Unidos, entre otros asuntos.
Anne Milgram, una ex fiscal general del estado de Nueva Jersey contratada para abordar el tema de la justicia penal, lo describe como la estrategia "Moneyball" hacia la caridad, en alusión al libro y posterior película sobre cómo un equipo de béisbol utilizó métodos estadísticos para revolucionar el deporte. Los Arnold tampoco se desanimarán si no obtienen resultados inmediatos: creen que la paciencia es un recurso clave detrás de su dinero.
La Fundación de Laura y John Arnold está financiando un estudio de nutrición de US$26 millones realizado por la ONG de Attia, un proyecto que involucra el uso de cámaras metabólicas. Y ese es sólo uno de los proyectos de la fundación. La pareja otorgó o prometió US$423 millones en donaciones el año pasado, lo que los catapultó al tercer lugar en Estados Unidos, según la publicación especializada The Chronicle of Philanthropy.
Los Arnold no se limitan a la investigación, sino que también financian iniciativas de reformas congruentes con los hallazgos de sus estudios y a los políticos que las defienden.
El enfoque científico hacia las donaciones tiene sus detractores, en particular porque margina a numerosos individuos y organismos locales que necesitan ayuda ahora y podrían beneficiarse de los fondos. La respuesta a la pregunta que se formula más a menudo podría demorar años: ¿funcionará?
Arnold, quien cumplirá 40 el próximo año, es pulcro y bien educado y las entrevistas que ha concedido en su carrera se pueden contar con los dedos de la mano. John y Laura accedieron a una entrevista porque él cree que su carrera como filántropo acarrea obligaciones que no tenía como inversionista privado. "Para abordar estos problemas, tenemos que estar al frente," asevera.
Además de su intelecto, Arnold era reconocido por sus meticulosos estudios de los patrones del clima y las rutas de los gasoductos, y luego por apostar montos gigantescos a la dirección de los precios del gas natural. En 2005, después del Huracán Katrina, el fondo Amaranth Advisors apostó en grande a un alza del gas debido a más tormentas. Arnold hizo la jugada contraria y obtuvo una ganancia superior a los US$1.000 millones. Amaranth terminó en la ruina. Un par de años más tarde, predijo acertadamente una burbuja de las materias primas y casi duplicó su dinero cuando los precios se desplomaron.
Sus amigos, no obstante, cuentan que Arnold ya estaba pensando en donar su fortuna antes de terminar de acumularla. Mike Feinberg, fundador de una cadena de colegios públicos que se gestionan en forma independiente conocida como Knowledge is Power Program, recuerda que Arnold lo llamó, sin conocerlo en persona, cuando todavía trabajaba en Enron y se ofreció como voluntario. Ambos se reunían en un bar y, en medio de las cervezas, hablaban de educación. "No tenía idea de cuánto dinero tenía", afirma.
Arnold, en todo caso, también tiene sus detractores, que resaltan sus lazos con Enron, una empresa energética que algunos acusan de haber terminado en la quiebra por la corrupción y la arrogancia de sus ejecutivos.
Arnold fue contratado en 1996, cuando recién se había graduado de la Universidad de Vanderbilt. Cinco años después, cuando tenía apenas 27 años, fue el empleado mejor remunerado de Enron. Su bonificación en 2001 llegó a los US$8 millones, pero sus transacciones le hicieron ganar a la compañía casi US$1.000 millones. Arnold nunca ha sido acusado de haber actuado de forma inapropiada, pero sus críticos siguen usando su paso por Enron para atacarlo.
La Fundación de Laura y John Arnold le hace honor a su nombre: es una sociedad entre iguales. Me reuní con ellos en la oficina de la entidad en Houston.
Laura fue la primera en llegar. Una mujer impactante de cabello negro y ascendencia puertorriqueña, se graduó de la Escuela de Derecho de la Universidad de Yale y trabajó como abogada de empresas hasta que asumió como asesora legal de Cobalt Energy, una petrolera de Houston que cotiza en bolsa. Es la más conversadora de los dos. Cuando llegó John, vestido de manera informal con pantalones y una camisa a cuadros, se sentó en silencio y dedicó gran parte de los primeros 30 minutos a tomar notas.
Laura dice que el foco de la fundación en los problemas sistémicos que no tienen una respuesta fácil a veces dificulta explicar su misión e incluso representó un desafío para la empresa contratada para diseñar el sitio web. "No tenemos a un grupo de niños sonrientes y fotos de graduación", dice. "No es lo que somos".
No obstante, Laura y John decidieron al poco andar que la fundación no abordaría lo que calificó como "el lado fácil de la filantropía", explicó ella. No es que cuestionen el valor de financiar a grupos establecidos que ayudan directamente a los más necesitados. En realidad, la pareja lo hace en forma privada, señaló. Pero querían concentrarse en problemas de políticas públicas que producen lo que ella llama "ineficiencias morales", en los que sus considerables recursos pueden contribuir a generar soluciones.
"Comenzamos con una misión amplia: cómo producir el mayor bien", interviene John. Su carrera como corredor, subraya, marca el enfoque de la fundación. Quiere dedicar mucho tiempo a estudiar y evaluar información para luego realizar un puñado de grandes apuestas, aunque impliquen un riesgo significativo. "Desde afuera, uno observa a estas fundaciones y ve grupos que evitan el riesgo. Tratan de probar que están teniendo cierto éxito", indica. Pero John quiere explorar ideas que no han sido probadas y que probablemente no serán implementadas por los gobiernos, ni por las empresas ya que no presentan un camino inmediato hacia las ganancias. Añade que es consciente de que muchos —si no la mayoría— de los proyectos de su fundación fracasarán o no producirán ningún resultado. "Si no estás dispuesto a asumir riesgos," sentencia, "el premio final es limitado".
Los Arnold contrataron a Milgram para que analizara el sistema estadounidense de justicia penal, con el mandato de "no preocuparse por los recursos por un tiempo", es decir, no preocuparse por el costo de la investigación.
Milgram se concentró en cómo, a pesar del éxito de la Ciudad de Nueva York en reducir la delincuencia con la ayuda del programa estadístico CompStat, la influencia de los datos empíricos apenas se ha filtrado al nivel local. "Cuesta pensar en un ámbito que sea menos analítico y basado en los datos que los gobiernos locales", observa Milgram.
Un tema que le preocupa a ella y a Laura es cómo EE.UU. gasta US$9.000 millones para mantener tras las rejas a imputados que no han mostrado una conducta violenta y no han sido condenados, cuando hay muy poca evidencia sobre los riesgos que esos acusados representan para la sociedad.
Milgram y su equipo analizaron más de 1,5 millones de casos y crearon una herramienta de evaluación de riesgos para los jueces que será puesta a prueba en tres jurisdicciones este año. La oficina del procurador del distrito de Manhattan planea probar una herramienta similar para los fiscales.
El proyecto de Milgram cumple con uno de los elementos del modelo Arnold: financiar estudios promisorios con montos relativamente bajos —si es que millones de dólares pueden ser considerados bajos— con el compromiso implícito de invertir cantidades mucho mayores si los resultados apuntan a soluciones prácticas.
En otras áreas, como la reforma del sistema de pensiones y la educación, la fundación está invirtiendo en iniciativas que, en su opinión, cuentan con el respaldo de investigaciones sólidas. "Esperamos que una mayor cantidad de decisiones sobre políticas se fundamenten en datos, no sólo en el instinto o el temor" dice Laura.
Esa filosofía es sorprendentemente poco común en el mundo de las grandes donaciones de caridad. "En el caso de los filántropos, gran parte del beneficio y los halagos se producen cuando se anuncia la donación, no cuando se soluciona el problema, y debería ser al revés", opina Steven Levitt, economista y coautor de Freakonomics.
Tras el éxito del libro, Levitt fundó una consultora en 2011 junto a otros distinguidos economistas y psicólogos, entre los que figuran varios premios Nobel, con la idea de alquilar su conocimiento acumulado para resolver problemas.
La firma tiene a muchas empresas como clientes, cuenta Levitt, pero las grandes fundaciones y los filántropos no han mostrado mucho interés. "En realidad, nadie se preguntaba si su dinero hace el bien en el mundo", puntualiza Levitt, quien se ha reunido con los Arnold y admira su sistema.
Los Arnold, que se consideran "demócratas con una mentalidad independiente", aseguran no tener motivaciones políticas y contrataron a Denis Calabrese, un ex operador del Partido Republicano, para que administrara la fundación y forjara su estrategia. John afirma que sólo donan "donde la política comienza a encontrarse en el medio".
Sin embargo, los profesores de Houston consideran a los Arnold como su principal enemigo debido a sus esfuerzos para reformar las pensiones e instaurar un sistema de evaluación más riguroso. "No todo lo que tiene valor se puede medir", dice Gayle Fallon, directora de la Federación de Profesores de Houston.
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